Número 23

13 prorrumpen en mil inepcias. Es compasión que la conquista, asunto tan a propósito para componer una tragedia (si la tragedia es útil para reformar las costumbres), fuese manejada por un ignorante visio - nario, lleno de preocupaciones: en lugar de repre - sentar el autor al vicio castigado y a la virtud premia - da, como debe ser: a cada paso se ve en esta farsa indecente la virtud oprimida, la mala fe preconizada, y lo que es más, el regicidio aplaudido, cosa digna de toda atención; porque se habla a un vulgo que no discierne las cosas. El más relajado moralista no ha defendido el regicidio con mayor aparato que lo hace el ignorante autor de la referida comedia o farsa. 12. Dije al principio que los monumentos de ar - quitectura manifiestan el carácter de las naciones. El que voy a describir hará patente el poder y cultivo de los mexicanos. 13. Estando para caminar al sur de México, pro - curé indagar de los prácticos las curiosidades que po - drían encontrarse en aquellos países. Se me advirtió por uno registrase el Castillo de Xochicalco: me pintó la magnificencia de la obra, y me profirió tantas co - sas acerca de encantos y otras puerilidades, que ya desconfiaba de su informe, cuando hallé ser cierta (habiendo llegado a Cuernavaca) la existencia de esta preciosa antigüedad, y aunque por algunos se me describía por una obra de cuantía, mis esperanzas hallaron más de lo que solicitaba. Es obra opulenta y digna de todo aprecio, y no del abandono a que la han destinado. Procuraré dar una descripción de lo que vi en ella; pero por prolijo que quiera ser, conoz - co no llegaré a dar una idea completa; en estas des - cripciones la pintura nunca corresponde al original. DESCRIPCIÓN DE XOCHICALCO 14. Al sur de Cuernavaca, a la distancia de seis leguas, con trece grados de declinación del sur al oeste, se halla el cerro Xochicalco, que en mexicano quiere decir casa de flores: es un cerro, cuya superfi - cie toda se halla fabricada a mano, por lo que se dirá. Tendrá de circunferencia poco más de una legua; su elevación no la pude medir, a causa de que los ins - 10. Otros reputan a los mexicanos por bárbaros a causa de los sacrificios que hacían a sus dioses de los prisioneros. En realidad que no puede darse ma - yor inhumanidad; ¿pero las más de las naciones no han hecho lo mismo, hasta que la luz del Evangelio ha desterrado las tinieblas del paganismo? Conclu - yamos pues, que este es un defecto común aun a las naciones antiguas que hoy se miran como cultas. En - tre los que han tachado de bárbaros a los mexicanos, se han señalado algunos, que por principios de una falsa filosofía, quisieran desterrar de la sociedad la pena capital. ¡Máxima absurda y extravagante! (5) 7 11. Los ignorantes toman también de otra fuen - te motivo para tratar a los mexicanos de bárbaros: asisten al teatro, ven representar aquella farsa có - mica que se intitula: Conquista de México: piensan que todo lo que se les pinta fue realidad, y de aquí traído al campo: esta mujer se dejó sobornar, y participaba los secretos de su amante. En fin, después de diez meses de combates y trabajos, este príncipe veía sus tiendas arruina- das, sus tropas disminuidas, muertos sus elefantes, su caba- llería fuera de servicio; finalmente, levantó el sitio y se retiró. El valiente vencedor bajó en esta ocasión de su propio carác- ter, sobornando al objeto de la pasión de Idalcan, ardid, no de guerra, ni correspondiente al noble natural suyo.” 7  (5) El mismo Dios, supremo legislador, tiene manifestado al mundo que los hombres están sujetos por sus delitos a la pena capital. Los libros sagrados nos describen lo que los án- geles ejecutaron en Egipto, y en el ejército de Senacherib. Tan solamente se hace una comparación, que es ésta. La inhuma- nidad de los mexicanos en sus sacrificios no es defensable; sólo es digno de considerarse que lo ejecutaban por punto de falsa religión, no por conseguir alguna plata alquilando a sus vasallos, como lo han practicado varios príncipes de Alema- nia; pero ¡O santa religión! ningún príncipe católico ha he- cho acción tan indecorosa; tan solamente lo han ejecutado algunos príncipes de la confesión de Auxburg. A esto parece alude lo que el ya citado Eduardo Malo de Luque, o duque de Almodovar dice tomo 1. pág. 29, tratando de la Alemania: “El agricultor vendía algunos caballos a los extranjeros; los príncipes no vendían todavía los hombres.”

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