Número 16

35 tiempo se va a detener; a los que vienen cansados de trabajar se les nota en el andar y a una que otra se le ven las ganas de quitarse los tacones y el traje sastre y caminar en pelotas y descalza (digo, se les nota). Todo parece más tranquilo y las mamis van por sus escuincles a las escuelas, los niños vienen cansados y por unos momentos dejan de dar guerra (algunos pues). Lo que rifa a esa hora son las Bonais , las pale- tas de hielo, las aguas frescas, las congeladas, los re - frescos fríos (hasta con hielo); las corbatas empiezan a aflojarse, los pies de una pata de perro como yo empiezan a hincharse, pues han estado caminando desde la mañana. La sombra es el mejor lugar; pero -como es de esperarse- las sombras siempre están ocupadas… es lo que les digo, la ley del más gandalla ; sin embargo, tanto en la sombra como en los vago - nes del metro, siempre cabe uno más. Una calma relativa que apenas a esa hora te per - mite respirar hondo sin temor a exhalar en la nuca de alguien. Parece que hay tregua. Se puede buscar entonces un lugar para descansar, sin prisas, sin ten- siones al menos por unos momentos… ...Pero antes de cantar victoria, el corazón tur - bulento de esta selva, se prepara para latir desen - frenado nuevamente. La lucha por regresar a casa comienza conforme avanza la tarde. Un sinnúmero de historias siguen gestándose entre sus entrañas, y desde ahí yo, amable lector, con pluma y libreta en mano, me dispongo a escribir estas historias, estas crónicas desde la selva de concreto.

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