Número 16
32 puerta tienes que poner el cuerpo duro, agarrar bien tu bolsa (o lo que lleves) y empujar con fuerza. Si no haces cualquiera de las tres cosas anteriores, corres el riesgo de: a) Que de un trancazo, empujón o jalón te tiren, b) Que te jalen la bolsa o se atore con la de otra o se quede adentro mientras a empujones te sacan a ti hacia afuera, c) Que los que van entrando te regresen y tengas que esperar hasta la siguiente estación para bajarte. Y es que no hay tregua, ahí no importa si vas vestida de traje sastre, si te peinaste, si tu bolsa está chula (bueno… eso si les importa a los ratas ), no im - porta si eres vieja, joven, fea o bella, no importa tu grado de estudios, ni tu constitución física: a todas se les empuja por igual y se les exige -por igual- que se pongan truchas . Supongo que en los vagones para bestias ha de ser más o menos algo parecido. Y si por alguna extraña razón se te ocurre viajar en los vago - nes para bestias , prepárate para salir de ahí como si hubieras tenido una noche de pasión con 150 toros salvajes: adolorida, despeinada, manoseada, ultraja - da, salpicada... ¡ah! porque déjenme decirles que hay hombres tan finos que se la jalan en pleno vagón lle - no, salpicando así con sus tristes fluidos a las incau - tas que viajan junto-delante de ellos (no es broma, hay gente muy enferma en el mundo); el caso es que sales apachurrada, sangoloteada , cansada, medio moribunda, nauseabunda y sin aliento. Así es como baja una mujer de los vagones para bestias , sola y en horas pico. Como puedes te bajas del vagón; pero ahí no ter - mina todo. Ahora estás inmersa en un río de gente. En un río bravo que avanza a gran velocidad y los pa - sillos se saturan, la gente camina hacia una misma dirección siempre como en una avenida de alta ve -
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