Número 13

18 Por ejemplo, en el campo de la salud ocupacio - nal, la perspectiva básicamente individual del ries - go enfatiza en la necesidad o la pertinencia de que el trabajador se proteja mediante una indumentaria o un equipo determinados, cuyo objeto es impedir que ese operario “se exponga” a los elementos no - civos existentes en su espacio de trabajo - un casco en la cabeza, una mascarilla en la cara, unas botas de seguridad – más que en el control o la franca supresión de los emisores de esos elementos per - judiciales, control o supresión que usualmente no sólo les resulta más onerosa a los empleadores, sino más conveniente, al responsabilizar al trabaja - dor de la exposición a esos agentes nocivos, como pueden ser el ruido, los gases o las condiciones de iluminación y ventilación inadecuadas. De ahí, a su vez, el lugar preponderante conce - dido, en los enfoques más conservadores y domi - nantes de la salud pública, a las medidas personales como las vacunas o los hábitos de vida, incluyendo la dieta individual o el ejercicio. Un enfoque de orden más estructural y global implica en cambio, destacar no los componentes personales indiscutiblemente relevantes, sino las condiciones socioambientales que generan la circunstancia riesgosa; esto es, no los factores individuales de riesgo – que sin duda exis - ten- sino los horizontes de riesgo , los espacios, los te - rritorios, las superficies, los ambientes y escenarios propiciatorios del daño evitable. En suma, la manera como se maneja el riesgo no es casual ni irrelevante, sino reveladora: un enfoque sintomático que no vaya a la raíz de los problemas implica cargar la mano en el individuo que ha de pro - tegerse, taparse y forrarse, en lugar de atender tan - to el fenómeno mismo y esencial de la producción de riesgos, como la heterogeneidad de los mismos, porque los riesgos de enfermar, accidentarse o morir son además de diversa naturaleza: no son solamente de orden físico, mecánico o material, sino también de tipo “subjetivo”, relacional, psicológico, político. Evidentemente, las políticas públicas pueden evitar riesgos, pero también generarlos en la pobla - ción y en particular, por omisión o franca exclusión, en ciertas clases y conjuntos sociales. Así, la mane - ra de considerar al riesgo determina el alcance y la orientación del análisis y por consiguiente, de la ac - ción en la salud pública. Es más, el análisis de los riesgos ha llevado a reconocer desde hace ya mucho tiempo que éstos se distribuyen de manera diferencial en la socie - dad. El riesgo no se reparte de manera pareja: su distribución sigue patrones de clase, género, ocu - pación, grupo de edad, adscripción cultural. El hijo del profesionista, del albañil, del jornalero llevan ya marcado un destino a menudo irrevocable, y eso se asume como algo absolutamente “natural”. La confrontación entre clases sociales y entre cul - turas no es una disquisición o una ocurrencia: se concreta en riesgos . Viñeta de Andrés Rábago “El Roto” (elroto.elpais@ gmail.com)

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