Número 11

27 del que después de la protesta inútil -los niños, la mujer, la calandria y el perro- regresa al tiro envuelto en sombras miserables, en trombas minerales, en laringe de gases y entre gallos de amanecer así arrastrados como perros muertos al rico basurero de la mina. Dentro del gran oído de la mina se escucha el rito de los hombres que necesitan ocio y poesía; hombres fragmentos de escombros, hombres mendrugos debajo de la mesa de capital jauría. Canana, Cananea, de tus tiros partieron los primeros alientos de una aurora que no ha dado la luz que necesito para decir, de pueblo en pueblo, que ya no hay tuberculosis producida por hambre ni banquete de bodas de ciento diez mil pesos; que ya no hay grandes puercos que hocean entre la sangre y la traición -¿verdad, Señor y Dios mío Jesucristo?- que así Pérez Jiménez y Trujillo y Somoza y Batista y Rojas Pinilla y Castillo Armas -el inefable “azul” de Guatemala- (¡sean, pues, más bandidos pero menos ridículos!) me impiden con su estiércol caminar por mi América. Canana Cananea, ¿imaginas el día en que venga a decirte a tu oído de cobre,

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=