Número 10

41 ciudad de corazones ratas en donde todos caemos irremediablemente. 16 Repárese en esa familia de símbolos escatológicos cotidianos desde la cual es retratada la ciudad para significar las caídas de “todos” en lo bajos fondos de la “ciudad trasvesti”, de la “puta ciudad”: la subordina - ción de lo alto (la azotea de la Roña y el sentimiento rata), las caras visibles de las excrecencias públicas (la basura, el cadáver del perro, el olor a “pipí” de un po - pular y emblemático espacio cultural urbano), el caos- laberinto que mata a Gregorio Samsa, las marchas y contramarchas, el caos. No es casual que la ciudad sea renombrada y valorada por los jóvenes a través de contradictorias metáforas de lo bajo y lo sucio. Así, por ejemplo, la ciudad de México, D.F., es aludida como Defeca, Defectuosa, y otras sinonimias. Esta peculiar lógica cultural no siempre revela signos críticos. Puede volverse en instrumento de violencia simbólica intrajuvenil con tonos racistas. Pensemos en algunos de los graffitis de los baños de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de San Marcos en Lima, indiscutible espacio liminar en - tre lo limpio y lo sucio. En el baño de mujeres se lee el siguiente diálogo escritural: A ] “Ojo, las de ts 98 / son putas cholas asquerosas”; B ] ¿Por qué asque - rosas?; C ] “Racismo acá, ¡ignorantes! Eso sí”. Y en el de varones: “Erradiquemos a los negros, / los cabros (pasivos y activos) y los cholos renegados. . . ¡ Por un Perú limpio y grande¡” [Hurtado, 2001: 29 y 32]. La trama de sentidos de exclusión social exhibe se - ñas de indiscutible tenor racista y/o homofóbico que sirve de vehículo para retroalimentar las “desigual - dades” de los órdenes existentes [Hurtado, 2001:35] La reciente emergencia de lo que algunos han denominado la subcultura de la obscenidad o de la irreverencia juvenil ha permeado los ritualismos de protesta de los movimientos universitarios, así como el desplegado por las tribus de la nueva izquierda anarcopunk, zapatista, etcétera. Han tomado distan - 16  www.geocities.com/SunsetStrip/Alley/4669/lagartos.html cia frente a los tradicionales sistemas del clientelis - mo políticos de los partidos tradicionales, incluidos los de izquierda. Pero estas expresiones no son aje - nas a los nuevos consumos mediáticos en horario nocturno en la América Latina. La coprolalia y el uso lúdico y humorístico de una emergente estética de la obscenidad van de la mano. Así el programa te - levisivo de Fantino y Anita Martínez en tyc Sports en Argentina tiene muchos símiles o parecidos en la mayoría de las ciudades latinoamericanas. Bajo tal panorama, la construcción mediática de los estigmas de lo popular y lo juvenil muestran la doblez de sus imágenes y retóricas. Nuevas disidencias juveniles cobran visibilidad política apoyándose en redes informales directas o vía internet. Para ellos, la semántica de lo político aparece entrelazada con sus más populares consu - mos culturales y con emergentes rituales de trans - gresión y protesta cívico-popular antisistema. Tiene razón Rossana Reguillo cuando resume el pensar de los jóvenes rebeldes: Ya no queremos saber nada, queremos salir del mundo que ustedes nos proponen”. Hay desencanto en ellos, pero, también, una gran energía para diseñar algunas alternativas propias. [. . .] Son pocas pero con - tundentes. Cuando los jóvenes tienen espacios rea - les y propios ¾sus conciertos de rock, sus debates¾, cuando pueden pensar más allá de lo que las institu - ciones tradicionales dictaminan para ellos, construyen una ciudadanía muy activa. [Roffo, 2000:2] En Santiago de Chile apareció en las manifes - taciones estudiantiles antipinochetistas de 1999 la quema de banderas nacionales; en México, la recep - ción juvenil de la Caravana zapatista del 2000 des - plegó banderas nacionales, colocando en el espacio destinado al escudo la mano con el dedo erecto o la emblemática figura del encapuchado de negro. No cabe duda que los símbolos nacionales son recreados desde el desencanto y la disidencia juvenil popular. En Lima y otras ciudades del país, entre 1999 y el 2000, los jóvenes jugaron un papel de primer orden en las jornadas antifujimoristas con sus expandidos

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