Número 10
40 clasista y/o racista. La semántica del «antro» forma parte de la dimensión mítica de la Ciudad de México del siglo xx, también de la voluntad de carnavalización de la vida cotidiana diurna; para ello apela a inevita - bles claves musicales. El antro en sus añejas formas de cabaret, prostíbulo o cantina, como en sus nuevas modalidades y consumos, sostiene una línea de conti - nuidad en su semántica profunda: ...registra el reverso de la cultura normal, es un negativo o molde revelador de la co- tidianidad colectiva. Su presencia mítica proviene de transmisiones orales que al- gunas veces han pasado a la letra impresa rodeadas de un aura reveladora de mis- terios profundos, de cosas indefinibles e inquietantes que, a pesar de la liberalidad sexual de los últimos años, mantiene el aviso de lo tortuoso y lo clandestino [Gon- zález, 1986:27]. Los submundos se han expandido y recreado más en unas ciudades que en otras, formando parte de nuestra vida cotidiana, potenciando la circulación y reproducción de las imágenes y símbolos de lo bajo y lo sucio. El lenguaje escatológico está anclado en las cul - turas populares latinoamericanas y en ellas domina su función humorística y carnavalesca sobre sus usos racistas y controlistas, salvo en tiempos de crisis. Hay modos escatológicos de marcar la distancia social, étnica o de género, así como de servir de vehículo de violencia verbal y simbólica para negar, devalorar y excluir al otro. La presencia de metáforas escatoló - gicas en los refraneros, dichos y cuentos populares de nuestros países hablan de un largo proceso de sedimentación cultural, el cual recepcionó y recreó a su manera las tradiciones culturales de lo grotes- co del mediterráneo europeo. La contradictoriedad y discreccionalidad de los usos extendidos de tales repertorios culturales por el sentido común reinante en nuestras culturas subalternas ha sido poco atendi- do. Los bajos fondos de la ciudad configuran tanto el ámbito de las transgresiones como el de la conden - sación de los miedos de la mayoría de los urbanitas. En Bogotá, los territorios del miedo en el imaginario social están asociados a la sedimentación cultural de estereotipos transclasistas que afectan los espacios de transportación, la vivienda, el trabajo, el diverti - mento y todo ámbito público. La mayoría de bogo - tanos imagina que reina “lo peligroso”, lo “feo”, lo “sucio” y lo “picante” en los marcos de la desolación, la estrechez y la oscuridad cotidiana de sus territo - rios, vía la presencia de pobres, gamines, desecha - bles, borrachos, drogados y delincuentes [Niño et al , 1998:87-94]. Otras ciudades revelan una escisión et - noclasista en el imaginario social urbano. Una encuesta sociológica con jóvenes universi - tarios de la Universidad Católica de Lima, de estra - tos sociales altos, revela en ellos la existencia de una mirada dicotómica de la ciudad: la propia, marcada afectivamente por sus lugares de consumo cultural con fuerte sentido clasista, y la otra, “la ciudad des - conocida, sucia y peligrosa, marcada por el gris fan - tasma de la pobreza”. De esta última afirmaron que “no conocían nada” y lo refrendaron con el modo de simbolizar sus croquis y mapeos mentales de sus iti - nerarios urbanos [González, 1995:25]. La juvenil banda musical Los Lagartos en el ter- cer sencillo de su disco “Pelotas” retratan a la ciu - dad capital mexicana en términos escatológicamen - te elocuentes: “Mi ciudad es chinampa en un lago escon- dido”…. nel . La ciudad es un perro destri- pado en el Periférico, un olor a “pipí” en el Estadio Azteca, una marcha en Reforma protestando por las marchas en Reforma, una mano furtiva sobre una nalga incauta en el metro a las tres de la tarde, basura, caos, sexo por 40 pesos en Meche, rocanrol, Gregorio Samsa envenenado por el mata- bichos y el matabachas en la azotea de un edificio de la Roña. Ciudad trasvesti, puta
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