Número 10

39 tas canciones de ruptura cuya letra rememora en mayúsculas. Es más, la significa como el sentimiento fuerte que acompaña a “esa poca de razón” y que le eriza la piel y supera la sensación de soledad des - de su comunidad imaginada y lo orienta a escribir con mayúsculas: “no tenemos que perder, nada es nuestro, todo esta en su poder, ir callando a los demás no es fácil cuando no tienes que decir. . .” Las ciudades latinoamericanas resienten la cons - trucción mediática sobredimensionada acerca de la proclividad juvenil popular a la trasgresión de los ór - denes tradicionales o de sino neoliberal. En los es - pacios urbanos la visibilidad juvenil urbana es poten - ciada tanto por el incremento del peso demográfico absoluto y relativo como por los impactos de las lógi - cas controlistas y excluyentes y el abatimiento de las condiciones de existencia. Pisando tierra Bajo el espíritu de la modernidad occidental las cul - turas europeas y las que resintieron el influjo colo - nizador de sus imaginarios, marcaron y populariza - ron a los dos más devaluados universos de sentido a través de lo bajo y lo oscuro . Al primero de ellos pertenecen los símbolos y las metáforas escatológi - cas y de la sexualidad, afirmándose como dos de sus constelaciones más relevantes. Lo bajo es la acepción más universal para refe - rir culturalmente lo terrestre (la tierra y el color de la tierra), lo devaluado o execrable, lo prohibido u oculto, los aromas penetrantes y la hediondez de los miasmas, lo pútrido y lo manchado, las fascinantes y temidas genitalidades. Lo bajo marca la topogra - fía del cuerpo principalmente femenino, empezan - do con el pie desnudo y terrestre pero también con sus simbólicos encubrimientos [Glantz, 1983:14]. Las tradiciones patriarcales condensan lo bajo y lo sucio en la sangre menstrual, por lo que las muje - res no deben expender el vino ya que lo agrian, o como sucede en algunas empresas de la industria químico-farmaceútica mexicana, que excluyen a las mujeres de las fases de producción que demandan mayor asepsia [ Lazcano, 1995). Más allá de ello, las categorías culturales de lo bajo proyectan sus sen - tidos sobre otros campos. El adjetivo duro y polisé - mico de “bajeza” que significa lo vil, lo abyecto de la miseria humana, observando cierta neutralidad de género, ingresa en 1495 a la tradición letrada, [Corominas, 1983:80]. Desde el mirador arquitectó - nico, lo bajo se devalúa por su perdida de visibili - dad. Pero si lo bajo es adjetivado socialmente, en - tonces nos encontramos con los bajos fondos. Estos se definen por sus vínculos con el: . . .mundo delincuencial, el hampa o cri- men organizado en sociedades que distin- guen entre un mundo normal, respetable, y su contraparte: el submundo que posee una jerga o argot , territorios y guaridas donde transgresores de la ley planean y tejen complicidades, organizan ventas ilí- citas o establecen sobornos y protecciones contra la acción de la justicia. [González Rodríguez, 1988:15] Los bajos fondos en las ciudades latinoamerica - nas a lo largo de más de una centuria han sido terri - torios tolerados y parcialmente controlados. Pero en la actualidad, sus atributos tienden a posicionarse de manera estable o temporal en diversos segmentos de la ciudad latinoamericana, sin renunciar a sus te - rritorios primordiales. En la Ciudad de México, el nombre genérico de «antro» ha sido recreado por los jóvenes de los no - venta, con una fuerte carga de positividad lúdica sin renunciar a sus sentidos fuertes de sitio de penumbra o «lugar peligroso», es decir, de espacio de potencial trasgresión de la norma moral o pública. Ir «a antrear» —en el argot juvenil— supone bajo la lógica del deseo, la búsqueda y apropiación diferencial de espacios ex - traordinarios de sociabilidad, lo que implica trazar un itinerario nocturno por las discotecas, tocadas, tables dances, bares e incluso episódicos «raves» urbanos. Los modos de “antrear” pasan por filtros de exclusión

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