Número 9
16 El Cardenal Cipriani, el Opus Dei y la iglesia que se desmorona Una reflexión desde México José Luis González M. E stas reflexiones se generan, lejos del Perú, a raíz de la suspensión o privación del ejercicio de su ministerio, al sacerdote peruano Gastón Garatea Yori ss. cc., por parte de su propio obispo, el 10 del pre- sente mes (mayo, 2012). Conozco al Cardenal de Lima desde sus tiempos de cura raso en Abancay (sur del Perú), en los inicios de su feroz trayectoria pastoral como miembro del Opus Dei, su tenaz batalla contra aquellos textos docentes de avanzada de los meritorios jesuitas Idí - goras y Bastos, sus convenientes cercanías a ciertos sectores de los militares peruanos en Ayacucho y otras andanzas más. Se puede decir, sin ánimos de señalar méritos, que siempre ha sido hombre de una sola pieza y una sola línea. Pertenece al clan de quie - nes jamás aceptarán que otra Iglesia, otra teología y otro tipo de relación con el mundo, auténticamente cristianos, son posibles. En el ambiente de la iglesia católica peruana de aquellos años, que un miembro del Opus Dei fuese designado Cardenal de Lima no tuvo nada de extraño. Pero sí que lo fuese un hom - bre del perfil intelectual y temperamental de Cripria - ni. Eran tiempos en que, no por casualidad, el Opus Dei era muy fuerte en el Vaticano y muy cercano a Juan Pablo II y a su proyecto de iglesia centralista, autoritaria y radicalmente clerical. También eran los días (que no han terminado) en que la propia iglesia amordazaba o vetaba a sus mejores teólogos. Gastón Garatea, en el periodo que viene desde el momento en que terminó el gobierno de Alberto Fuji - mori y se impuso cierta voluntad de esclarecer tantas muertes y violaciones de derechos humanos ocurri - dos en su mandato, ha sido uno de los sacerdotes que más se ha distinguido por funciones y compromisos de justicia social, junto con equipos de personas de excelente calidad y entereza. La sanción eclesiástica a Gastón Garatea no proviene sólo de la bilis ultra or - todoxa de un cardenal del Opus. Seamos claros: este tipo de acciones se generan desde lo más profundo de un proyecto de restauración de la Iglesia Católica preconciliar impulsado desde Juan Pablo II quien, sin desmerecer los méritos que traía de su ministerio en la Polonia comunista, se creyó poseedor de una mi- sión que venía desde el cielo: rescatar a la iglesia de los excesos derivados del concilio Vaticano II. ¿Qué excesos? ��������������������������������������������� Entre otros: la autonomía de las iglesias na - cionales y diocesanas, la libertad de investigación de los teólogos, el avance en los nuevos planteamientos de la moral sexual y el control de la natalidad, la liber - tad de indagar y poner en cuestión el celibato sacer - dotal obligatorio, cualquier teología con cierta dimen - sión social, etc. Frente a esos supuestos excesos, Juan Pablo II implementó un proyecto de iglesia centralista, autoritaria y absolutamente clerical que, hasta el día de hoy, amordaza y silencia a sus mejores personas, sobre todo si son clérigos. Desde entonces, en la igle - sia católica, se eligen y nombran, para cargos de toda la línea jerárquica a quienes han demostrado entrar por el aro. Definitivamente: se prefieren a los sumisos antes que a los inteligentes y valientes. Estamos ante una institución que, al menos en sus más altas jerar - quías, cree más en sí misma y en su poder, que en
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