Número 8
27 necropsia. Para eso tendríamos que esperarnos a ha - blar con el fiscal, pero llega a las nueve y media de la mañana y entiendo que no arreglaron el cadáver para tantas horas. El doctor la tiene que hacer, eso es lo que está solicitado. - Oiga, pero se va a armar un problema… ¿y si le pido de plano al forense que invente el reporte de necropsia? - es que en el reporte van fotografías… y además es delicado. - Sí licenciado, déjeme ir ahora de nuevo al Se - mefo. Entonces explico a los padres que habiendo ellos solicitado en esa oficina unas horas antes el procedimiento, no se pueden desdecir, si hasta deja - ron sus tarjetas del IFE para acreditarse. Así que de vuelta a la oficina de la Semefo, ya un lugar muy conocido a estas alturas para nosotros. Entran los padres, los abuelos… Explicada la situación en corto, el forense advierte a la familia, ya en otro tono: - No, pues hay que hacer la necropsia: de todas maneras eso nos va a ayudar a saber ya de una vez bien qué es lo que pasó. Martín y su suegro hablan en náhuatl, los rostros denotan desencuentro, pero el padre que ha perdido a su hija afirma luego que la única persona contraria es la madre, entonces la autopsia tiene que hacerse. Me quedo pensando por qué si existen huérfanos y viudos, no hay una palabra para denotar la condición del padre que ha perdido a su hija, como si la len - gua no quisiera dar su acuerdo a esta barbaridad que subvierte la transferencia generacional de la vida. “Fue broncoaspiración”, anuncia finalmente el doctor que abre cuerpos inanimados cuando ya em - pieza a clarear en Iguala. “Su estomaguito estaba lleno de alimento; se asfixió, le faltó aire, porque el alimento pasó a la vía respiratoria y se hizo un tapón que no la dejó respirar. Ese es el resultado, no hay necesidad de tomar más muestras”. Recogeremos el cadáver en la entrada trasera de la Semefo, al lado del Centro Nocturno Géminis. Huele muy, muy mal en el depósito. Hay restos de otro cuerpo tapados con plástico. Nos apresuramos, colocamos el ataúd en la camioneta, cabe bien; el padre intenta, una y otra vez, bajar los párpados y juntar los labios de la menor en su cajita. Le agradecemos al doctor; estre - cho también la mano aún medio húmeda y fría de su ayudante, cuya mirada es sombría: ¿puede ser de otra forma? Se va aclarando esta muerte, evitable, como su - pusimos inmediatamente. Su evitabilidad es un con - flicto. Cómo quisiera hablar en este momento con Jaime, que me diga cómo se manejaban en San Ra - món esas auditorías. Que me diga otras cosas, que me diga cómo salir de este abismo, además de escri - bir barbaridades. El cúmulo de implicaciones me re - basa, me aturde, me avergüenza. Museo, proyecto, programa, rollo. Una muerte evitable se me incrusta como una bofetada, que aún en este momento me nubla la vista y me agarra el cogote; se me agarra del alma y me la lacera: pero no tiene nada que ver con la intensidad de lo que está viviendo Martín en este momento. Nada que ver. Una muerte evitable, incrustada en un integran - te de un proyecto que recurre a la figura retórica de la muerte evitable. La versión de la madre no coin - cide con la versión de una vecina, ni con la de la en - fermera del centro de salud. Según la vecina, la niña había tenido algo de diarrea desde un par de días an - tes; la madre, en cambio, refiere que la niña estaba
RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=