Número 8

25 les pido silencio. Hay que hacer lugar en la camio - neta: hay una camilla con tiras metálicas que hemos de hacer a un lado. Antes de regresar de Iguala al otro día, veré fotografiada esa camilla en el periódi - co local que está en el escritorio del médico forense, portando un “calcinado”, ése del que se hablaba pre - cisamente en la oficina del Ministerio Público igual - teco. Salimos en cinco vehículos, pues hay quienes acompañan a la niña. Pasamos al lado de la zona arqueológica de Teopantecuanitlán. La lucha por no dormirme en el volante es franca; los pellizcos en los brazos, a falta de un café o una coca, efectivos. Hay una máquina de escribir colocada vertical - mente en uno de los escritorios de la oficina del mi - nisterio público en Iguala, el de la “Mesa de trámi - te 2”, dice en la pared. Los túmulos de expedientes compiten por espacio con el desvencijado mobiliario. Es evidente que quien viene a esta oficina lo hace en condiciones de apremio o desmesura o desventura, o de franca inercia institucional, no a poner bonitas las cosas o armónicos los espacios como ahora está de moda en ciertos circuitos sociales. La secretaria tiende su saco de dormir en el piso de la oficina, en - tre las columnas de viejos expedientes y el escritorio que se ubica en la “Mesa de detenidos”. A las tres de la mañana, pienso, es más que legítimo detenerse un poco si no hay más que hacer. Un corazoncito rojo dice arriba en letra manus - crita “San Valentín. Día del Amor y la Amistad”, y en eso, reparo que me mira una mujer fijamente: está muy maquillada y es bella. Pero ya ahora yo mismo, devolviéndole la mirada fija a ella, veo que algo no checa: el párpado superior derecho está morado, los hombros también, la nariz se ve un poco desvia - da. Pero será hasta las cuatro de la mañana, en la tercera vuelta de esa larga madrugada, cuando me percate de que una de sus comisuras labiales tiene una pequeña costra de sangre. “Te puedes maquillar las heridas de tu cuerpo, pero no las de tu corazón”, anuncia el cartel contra la violencia doméstica des - de donde se asoma la imagen de la joven golpeada. Tiempo hace que no se pintan estas paredes. El sujeto denominado “Ministerio Público”, con su enorme playera de color rojo y un cocodrilito ver - de que imita el de las playeras caras, va colocando con cuidado una hoja de papel carbón entre cada hoja delgada de papel blanco hasta sumar siete. En su desvelo, la disposición de estos funcionarios es amable, pero se me hará ver luego que tal vez esa amabilidad no fuese tan manifiesta si a esos padres indígenas no los acompañara un güerito doctor. No estoy seguro, siento genuina su desmañanada ama - bilidad con ellos. Disimula las horas que son, y con propiedad se dirige a los padres. Estamos con el médico forense en la Semefo de Iguala, la oficina que queda al lado de la Discoteca del Zodiaco, ésta tal vez ubicada ahí por pragmatismo empresarial. Hay una mesita con una enorme televisión apagada. La oficina tiene pe - gados varios papeles en la pared, frente al muro que tiene encuadrada la lista de agencias funerarias que hay en la ciudad. Son fotocopias: una persona extra - viada, otras copias de imágenes a detalle de dos ca - dáveres que no ha sido reconocidos. - ¿Ellos son los papás? -pregunta el forense, tam - bién con cierta delicadeza - ¿La trajeron para saber de qué murió? - Sí doctor… - ¿Hay denuncia en contra de alguien? - No. - Dígame qué tenía la niña. - Estaba bien. Se murió en dos horas. - ¿Tuvo fiebre, diarrea? ¿Tenía tos? - No. - ¿Tenía ataques? ¿Era enfermiza? - No. ¿Nació bien? - Sí. El forense añade: Pues no tenemos datos de violencia. Miren, ya revisé a la niña, no la he abierto. No tiene señas de una infección, la piel en esos casos está como con manchas blancas, además usted señora me dice que no tuvo ni fiebre, ni diarrea, ni tos ni nada. Tiene to - das sus uñitas moraditas, eso nos habla de una obs-

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=