Número 6

50 maniqueísta de lo verdadero y de lo falso, que atribuye a la cultura occidental el valor de lo verdadero, y a las demás culturas el de lo falso. La prepotencia colonialista, que nos hace razonar con estas categorías, nos ha conformado una lógica que acepta como unidad taxonómica los valores del capitalis - mo, o si se quiere, los valores de la sociedad de consumo. Y además, en lo que se refiere a América Latina, el imperialismo tecnológico nos obliga a copiar los modelos culturales de los países desarrollados sin tomar en cuenta las verdaderas necesidades nacionales (Ba - ytelman, 1981: 21-22). Desgraciadamente no ha cambiado un ápice lo que describe Baytelman: […] la educación primaria, secundaria y universitaria es eminentemente urbana, orientada hacia lo empresarial y dueña de un espíritu individualizante y competitivo. Como un ejemplo, podemos recordar que los programas de las escuelas de medicina de la mayoría de nuestros países han sido copiados de modelos alemanes, franceses y norteamericanos, que reflejan un concepto mecanicista y metafísico de la comprensión del cuerpo humano y de sus enfermedades, que centran su atención nada más que en el sistema curativo de la medicina, y que ocul - tan así la verdadera dimensión de una pro - blemática que excluye la responsabilidad de la salud en beneficio de la enfermedad. El acentuado interés de la medicina hospitala - ria de alta tecnología por una orientación de tipo individual hace que el servicio de la pro - fesión se dirija, básicamente, a los sectores que pueden darse el lujo de pagarlo, y cuya calidad dependerá, precisamente, de dicha remuneración […] Por otro lado, el caso de la farmacología –mucho más evidente que el de la medicina-, se presenta con ribetes macabros. La industria respectiva, también centrada en el espíritu de la competencia y de la productividad ha llegado aún a trans - formar la medicina, convirtiéndola en una de las herramientas de sus fines de lucro. Es así como se subsidia a los médicos que reco - miendan sus productos mediante premios o incentivos […] (1981: 23). Ahora bien, no fue Bernardo Baytelman quien primero ideó la iniciativa de generar un jardín botáni - co y un museo en la antigua casa de Maximiliano en Acapantzingo. Ciertamente nadie entendió en toda su dimensión al jardín como “etnobotánico” antes de Baytelman, y su propuesta fue también determinan - te para proteger el predio del INAH de su apropia - ción por parte del gobierno estatal en esos años. Y ciertamente, también, una cosa es generar una ini - ciativa y otra, la verdadera prueba, es concretarla en los hechos y día a día. Sin embargo, veamos esos antecedentes con de - tenimiento. En un informe fechado el 6 de junio de 1974, el arqueólogo Jorge Angulo, director del enton - ces “Centro Regional Morelos-Guerrero”, comunica - ba al director de centros regionales del INAH, don Enrique Valencia, que la casa de “El Olindo” ubicada en Acapantzingo, por su calidad de monumento his - tórico, había sido rescatada por el INAH en 1955 ante “una ocupación popular que pretendía fraccionarla”, y que en ese año fue reconstruida parcialmente, ins - talándose algunos objetos de artesanía popular ex - puestos por el propio Instituto y custodiados por el Sr. Nabor Hurtado. En un relato preciso que refleja su compromiso con el cometido del Instituto, Angulo menciona que en 1968 y 1969, entre otras actividades realizadas, el INAH restauró algunas habitaciones de la vieja edi - ficación, acondicionándolas para una oficina y una ceramoteca. Un año después, las presiones por frac -

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