Número 5
9 Ana María Rivadeo “Si hemos caminado y hemos llegado así, en silencio, es porque nuestro dolor es tan grande y tan profundo, y el horror del que proviene tan inmenso, que ya no tienen pa - labras con qué decirse”, afirmaba Javier Sici - lia en el Zócalo de la Ciudad de Mexico el 8 de agosto de 2011. E n efecto, las correlaciones entre una empresa de destrucción y el espacio de las palabras no son fá - ciles ni evidentes. Hay una exclusión recíproca entre palabra y violencia. Y sin embargo, al mismo tiempo, el compromiso ético de hablar, de dar testimonio, de nombrar contra el silencio es un punto de partida. Porque en materia de violencia callar es mortífero . Pero asimismo hablar no es inocente. Y convocar la violencia al espacio de lo hablable es peligroso. Por una parte, en virtud de la dimensión colonizadora de la teoría . De ese lado por el que ella crea la ilusión de que ya sabemos de lo que se trata, y que se mani - fiesta en la tentación del amontonamiento estadísti - co de las cifras de los asesinados, los desaparecidos, los desollados, los colgados, los decuartizados. Sin nombres y sin rostro. De ese lado por el que que - damos atrapados en la exposición del número de los desempleados, los expulsados, los desechados y los amenazados, de las fábricas de pobres, de las guerras contra los pobres y entre los pobres, de los cielos privados y los vastos infiernos al asedio, del desmantelamiento de las leyes y la invasión de los fuera de la ley. De esa demolición masiva de los lazos sociales que atraviesa hoy todas las construcciones colectivas -desde la Nación hasta la palabra- , y que apunta a instituir el pánico mutuo en el único vínculo colectivo de sobrevivencia disponible 1 . Llegados ahí vemos alzarse el otro lado peligro - 1 Cfr. Galeano, Eduardo,”Los prisioneros”, La Jornada, Mexico, 11-08-1996. so del discurso en torno a la violencia: la captura de las palabras por el sadismo del texto . Como otra de las formas que asume el colapso teórico, esa captura acecha siempre en el surco angosto que media entre el horror y el acto de pensamiento. Y al mismo tiem - po, sin embargo, es justamente dentro de esa grie- ta donde ha de construirse el conocimiento. Donde éste ha de arriesgarse, y ser capaz de crear un inter - valo entre el horror y su reflexión. “El silencio es el lugar donde se recoge y brota la palabra verdadera. Es la hondura profunda del sentido…es esa tierra interior y común que nadie tiene en propiedad y de la que… puede nacer la palabra que nos per - mita decir el nombre de nuestra casa”, con - tinúa el poeta. Y sí, porque es precisamente en ese hueco donde el pensamiento ha de construir el poder de simboli- zar el patrimonio mortífero que está testimoniando, y heredando. De elaborarlo, para hacerlo significable y por ende transmisible. De quebrar la invisibilidad que produce el recuento macabro de las cifras. De interrumpir la negación, el olvido y la venganza que destila la captura sádica del discurso. De nombrar y sancionar la violencia y el crimen inscribiendo una memoria y construyendo una historia. “si no hacemos esto solamente podremos heredar…una casa llena de desamparo, de temor, de indolencia, de cinismo, de bruta - lidad y engaño, donde reinen los señores de la muerte…la complacencia y la complicidad con el crimen”, concluyó Javier aquel día Los que venimos de alguna experiencia de Te - rror de Estado sabemos que las violencias masivas producen catástrofes sociales, y que éstas incluyen lo epistémico . El Estado moderno, como Estado de derecho, tiene el monopolio de la violencia y el te - rror legítimos. Y si bien él constituye asimismo, como
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