Número 5

25 no de Puebla a Toluca y México; en su apresurado caminar, pasa de largo a Tetela pensando que es un monasterio de los agustinos. Este monasterio decayó cuando el antiguo cami - no dejó de pasar por allí, a causa de las nuevas vías de comercialización de los productos llegados a Aca - pulco y que abrieron mercados en los nuevos centros económicos de Puebla, Carrión, Izúcar y Chiautla en el camino de la mar del sur, más conocido ahora como el Océano Pacífico. La suerte de Tetela fue diferente por el carácter de paso obligado desde la metrópo - li por Chalco hacia el sureste y las mixtecas; puerta de las misiones del sureste y además, paso hacia los pueblos de las Amilpas, la Tlalnáhuac, Cuauhnáhuac y la tierra caliente y a través de ellas al noreste de los actuales estados de Guerrero, y de México. A finales del siglo XVI, los antiguos barrios pre - hispánicos fueron reducidos a poblaciones con “po - licía y buen gobierno”; las disposiciones instituidas por Felipe II para la reorganización de las antiguas poblaciones y la creación de nuevas, dio otra fisono - mía urbana a las poblaciones. El monasterio aseguró la rectoría sobre los nuevos barrios de Santiago, San Agustín y San Miguel, con lo que hubo mejor control, tanto de los pobladores como de los recursos, que pronto pasaron a formar parte de las mercancías de explotación. El siglo XVIII, fue testigo del decaimiento de los mendicantes y con ellos sus monasterios; los clérigos que los sustituyeron y los religiosos que permane - cen, se sujetan a las nuevas disposiciones de Trento: organización parroquial en lugar de la organización monacal, obediencia al obispo respectivo, restriccio - nes en cuanto a la actividad pastoral, restricciones a la lectura de la Biblia y otras que consideraron aten - tatorias a su proyecto de sociedad y que, en relación a los templos habían sido sistematizadas por el obis - po Borromeo. La nueva función parroquial convirtió al monas - terio en una estructura vacía de uso comenzando su ruina; el clérigo secular subutilizó los espacios tal como prevalece hasta nuestros días. Tetela del Volcán tiene los barrios de Santiago, san Miguel, san Jerónimo y san Agustín, en cuyas ca - pillas reanimaron las tradiciones populares; as rela- ciones con los pueblos de los valles se estrecharon mediante el intercambio de mercancías incluida la mano de obra para las haciendas. Tradiciones artesanales Numerosas obras de madera de estos talleres cer- canos a la capital de la Nueva España, inundaron los templos de las poblaciones ribereñas del Amatzinac con retablos, nichos, pinturas, órganos “de vara” y esculturas. Mientras se desarrollaban, también for - mas gremiales, comunitarias y familiares alimenta - das por la pujante religión personalizada y acorde a las clases sociales en gestación. Las pinturas murales ofrecen una muestra de la iconografía renacentista: temas recogidos de las Es - crituras, de la primitiva iglesia y de las órdenes reli - giosas. El techo alfarjado de la sacristía muestran el uso de la madera en los techos y la capacidad artesa - nal de sus población. Hoy. En los últimos quince años ha desaparecido el espa - cio que fuera la huerta donde se aclimataron tantas frutas de “tierra fría”, que después llenaron los huer - tos familiares y el área de protección del muro orien - te ha sido invadida. Con esta pérdida tenemos ahora una visión acortada de un monumento histórico sin que la población, ni la iglesia, ni la sociedad hayan hecho alguna defensa. Actualmente tiene una precaria conservación, primero fue invadida por el mercado, la escuela, un gobernador del Estado de Morelos y finalmente por los taxistas; últimamente se encuentra ocupado por un grupo de religiosas que mantienen la casa y adap - tan los espacios a sus necesidades. Patrimonio de la Humanidad Ha sido declarado patrimonio mundial de la humani- dad en 1994.

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