Número 4
26 pletan la canasta básica y hay cerca de 85 millones de mexicanos que tienen problemas para allegarse de bienes y servicios básicos, de modo que los no minusválidos se encuentran ya artificialmente mi - nusválidos en un amplio sentido de la palabra. Con esa precariedad no es difícil entender la oferta abun - dante de sicarios. Se necesitan teletones ahí donde el dinero público asignado a los gastos del ejército y de la policía, se ha disparado a cifras nunca antes alcanzadas, a costa de los fondos que deben desti - narse a salud, alimentación, educación, producción y servicios (véase: Presupuesto de Egresos de la Fede - ración para el 2012). Muchos teletones se necesitan cuando sabemos que sólo los gastos para proteger directamente la se - guridad de Felipe Calderón ascienden a 630millones de pesos cada año, y que en términos globales, de diciem - bre de 2006 a noviembre de 2011, sumiedo ha costado al erario 3,000 millones de pesos (Ramírez, 2011). Muchos teletones se necesitan cuando no hay dinero para que millones de jóvenes accedan a nues - tras universidades, pero sí para pagar sueldos estra - tosféricos a jueces, funcionarios del IFE, senadores, diputados y demás empleados de alto nivel. Enton - ces sí, la feria de la lástima televisada, deductora de impuestos y promotora de ventas y “artistas”, susti - tuye el deber constitucional del Estado de proveer servicios y atención básicos a todos los mexicanos, seamos o no minusválidos. Por supuesto, el que todo individuo con impedi - mentos físicos o mentales reciba apoyo es tan funda - mental como la necesidad de concretar mecanismos permanentes para que se haga realidad dicho apoyo, y tan fundamental como el valor de la generosidad para cualquier ser humano; sin embargo, ese valor puede ser explotado por la industria de la benefi - cencia, que no solo necesita minusválidos para pros - perar, sino también, la irresponsabilidad o la franca ausencia del Estado. Llegamos así al asunto de la ins - trumentación económica y política del sufrimiento. En contraste, la compasión se expande en manos de una sociedad capaz de exigir y apoyar políticas públi - cas regidas por el bien común. No se trata de dejar nuestra compasión en ma - nos del Estado y desentendernos, ni de eludir la rea - lidad, ni de abandonar al minusválido a su suerte. Se Tomado de: http://iusfilosofo.blogspot.com/2011_08_01_archive.html Tomado del Catálogo Comercial de condecoracio- nes de la Empresa Celada, España
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