2020

Cinco poemas de Ricardo Melgar Bao de Crónica de la plumífera i otros poemas (Lima, 1970)

 

 

 

Testimonio de los animalitos

Nos enseñaron desde niños
el detalle de las palabras,
y nos pusieron
bozales de fuego.

Nos incrustaron
en el cerebro
la importancia
de estar callados,
y sin embargo
nos exigieron
que les habláramos
de cualquier cosa.

En la segunda pubertad,
nos vistieron de miedo,
obligándonos
a dar las espaldas
a todo lo que era transparente.

 

 

De tránsito

a jaime de las casas

Regresar es amar la ciudad
y sus grises mechones de concreto
y su corazón de nylon
y sus estaciones de casi el mismo color
y más aún
la inevitable desesperación de sus bolsillos
y la comunión
con la más pura de las violencias
y todos aquellos y,
no gestados todavía
que esperamos traerlos
y gritarlos
a voz en ganas.

 

 

Manos de soga

Como una especie de fiebre
a uno lo asaltan
y le borran el juguete preferido.

Como una especie de fiebre
a uno le empujan los ojos
hacia dentro.
Como una especie de fiebre
una mano se extiende
y nos arrancha el caramelo.

—Los poemas cuentan que
de un tiempo a esta parte
todos los días
cunde el pánico
y nos dejan desnudos,
niños—

Como una especie de fiebre,
lo más rara
nos abruman de hogueras
intentando callar
nuestros puños crispados.

 

 

Laberinto

Calles del mundo
y el encuentro de los animalitos
calles cuadriculadas
y la búsqueda de animalitos prehistóricos
calles sin fondo
y proseguimos nuestra marcha garra a garra
calles de humo
y el encuentro de tus manos sobre sus pies redondos
calles sin rostro
y tus ojos· siguen buscando sus vacíos
calles encontradas
y tus colmillos que se prenden
calles recatadas
y mis letras que se apagan
calles hundidas
y el bostezar de nuestros bolsillos
calles de almíbar
y la roja puñalada entre sus muslos
calles de angustia
y el tic tac de nuestras pisadas
calles de tertulia
y una escaramuza de palabras
calles de infancia
y pequeños animalitos aullando
por sus juguetes
calles de sexo
y la fiebre nos lleva de la mano
calles sin fin
y una ronquera sin sentido
calles diminutas
y unas ganas locas de terminar pronto
calles laberinto
es decir, calles y más calles
calles de muchos nombres
y un extraño deambular gruñendo versos
a cuatro patas.

 

 

Primer territorio libre de la casa común en que vivimos

Mi cuarto
diariamente me succiona
con su boca de madera
y me llena la cara
de libros o de sueños.

Mi cama
es una madre abnegada
que todo lo soporta
la virginal ausencia
de una mujer
y hasta mis locuras
bañadas de oscuridad.

Mi cuarto y sus colores desteñidos
y sus paredes salpicadas de fetiches
y sus repisas de pie
sobre el aire
(es muy difícil
olvidarse
que siguen clavadas
en la pared)
albergando mis libros
que conforman
largas filas
de líneas verticales
a colores.

En cada libro
estrangulado
yacen subrayados
mis insomnios,
mis desvelos,
mis pecados.

Existe también
una ventana
¡perdón!
es un agujero
lleno de ciélo
de casas y jardines
de carros y de asfalto
y de gente que se mueve,
es muy cómodo,
muy fácil,
se comprende.

Para terminar
quiero decirles
que en algún rincón
de este cuarto
de colores desteñidos
es seguro
que todavía reposa
aquella siniestra caja
donde el tiempo
disfrazado de polilla
devora mis escritos.