2017

Los terremotos y la modernidad en Nuestra América: Aproximación a la desmemoria de las catástrofes

Nota:

Este texto fue escrito días antes del terremoto del pasado 19 de septiembre de 2017.

 

«Un terremoto trastrueca en un instante las más firmes ideas; la tierra, el emblema mismo de la solidez, ha temblado bajo nuestros pies como una costra muy delgada puesta sobre un fluido; un espacio de un segundo ha bastado para despertar en la imaginación un extraño sentimiento de inseguridad que horas de reflexión no hubieran podido producir».[1]

Charles Darwin (1839)

 

Charles Darwin nos dejó tempranas reflexiones acerca del sentido fuerte de lo que representa un terremoto, inspiradas en lo que le tocó vivir en Chile el año de 1835. El epígrafe que hemos elegido para presidir nuestro texto es de una cruda densidad descriptiva: enlaza la intensidad y brevedad del evento con el despertar de nuevas ideas y emociones (inseguridad, miedo), cuestionando una creencia muy arraigada acerca de la tierra que pisamos y que no es tan firme como suponíamos. Volveremos más adelante sobre otras de sus ideas pioneras.

Escribimos marcados por las experiencias de los terremotos vividos y por nuestras ideas entre Perú y México, sin olvidarnos de que ambos países son parte del tejido mundial de relaciones. Esos eventos dejaron huellas emocionales, ideológicas y míticas más o menos profundas en las élites y en las clases subalternas. El terremoto suscita fundados temores y reflexiones. Representa algo más que un desastre natural por involucrar a la población afectada y a sus organismos gubernamentales, así como servir de fundamento para las políticas de prevención y asistencia.

La medida preventiva más propagandizada en México se le conoce como Alerta Sísmica, la cual ofrece una señal sonora 50 segundos previos al clímax del terremoto, aunque dista de alcanzar a todo el territorio nacional. La segunda, se apoya en los simulacros de evacuación que se realizan en dependencias estatales, escuelas y universidades.    

Evoco, pienso y escribo en vísperas de conmemorarse el 22 aniversario del terremoto acaecido en la ciudad de México a las 7:19 de la mañana, un jueves 19 de septiembre de 1985. Su reactualización en nuestra agenda se inspira, qué duda cabe, en haber sido sacudido como todos, por las ondas expansivas del terremoto de este reciente 7 de septiembre.

Pasaremos revista sumaria al panorama globalizado de los desastres naturales. Luego nos desplazaremos a través de dos tiempos republicanos signados por sismos relevantes, los que nos tocaron vivir, y otros del siglo XIX, a través de los pareceres de Domingo Faustino Sarmiento y José Martí.


Imagen 1. Rescate popular de las víctimas en Haití. http://www.viajeslibres.com

 

La escena mundial y los sismos

La mirada global acerca de estos eventos, ha sido solventada en las últimas décadas a partir de la creación de organismos especializados, como el Centro de Gestión de Catástrofes y de Reducción de Riesgos Tecnológicos de Karlsruhe (Alemania) que realiza el seguimiento de sus diferentes manifestaciones. Las catástrofes han puesto en agenda pública, la necesidad de políticas de prevención y asistencia. Lamentablemente los terremotos y otras calamidades, siguen siendo objetos marginales en las políticas gubernamentales en nuestro medio y, también hay que reconocerlo, tampoco la izquierda ha sabido ponderar con oportunidad y en toda su dimensión, la magnitud social de estas catástrofes naturales. A contracorriente merece destacarse el hecho de que historiar dichos eventos viene dando algunos frutos y ensanchando su horizonte, aunque queda mucho por investigar y mucho más por legar, tanto a los organismos asistenciales de nuestro tiempo como a la ciudadanía continental. El «presentismo», como ideología de la gestión asistencial, es infecundo. Recuperar la memoria histórica acerca de las catástrofes naturales y el comportamiento social frente a las mismas, sería de gran utilidad. Dicha historia, además de narrar los dramas de quienes padecieron esos eventos, documenta la ausencia, debilidad o negligencia de los gobiernos y de sus organismos asistenciales.

Mirada la cuestión de las catástrofes, hay razones confiables que avalan la hipótesis de que la magnitud de los eventos y su impacto social tenderán a agravarse y a seguir borrando fronteras, sean sismos, huracanes, erupciones volcánicas, incendios forestales, inundaciones, tsunamis o contaminación química o radioactiva.

En la Organización de las Naciones Unidas[2] el tema asistencial ya formaba parte de su agenda desde el año de 1971. Su relanzamiento se llevó a cabo a partir del 19 de diciembre de 1991, fecha en la que la Asamblea General de dicho organismo multinacional, aprobó el fortalecimiento de la Coordinación de la Asistencia Humanitaria de Emergencia. Sin embargo, la convocatoria a los estados miembros de sumar esfuerzos participando de las metas del llamado «Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales» dejó un saldo deficitario, magro. La limitación de este programa asistencialista radica en haberse cruzado con el injerencismo neocolonial estadounidense en Haití y con el apoyo militar de varios países del continente. La justificación entonces fue atender a la población afectada por un sismo de grado 7.3 que devastó las principales ciudades de ese país, la tarde del martes 12 de enero de 2010.

Mucho más activo en nuestro continente se ha mostrado el Departamento de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea, impulsando un programa de asesorías y capacitación de servidores públicos de  nuestros gobiernos que ya lleva un par de décadas.[3]


Imagen 2. Ruinas del hotel Regis. Ciudad de México, 1985. http://www.mundotkm.com

Otros organismos científicos han optado por la especialización, como es el caso del Centro Nacional de Huracanes (Houston) o los dos Centros de Alerta de Tsunamis (Hawai y Alaska). Estos últimos fueron creados como respuesta a los estragos causados por los terremotos en las Islas Aleutianas en 1946 y el de Sumatra-Andamán en el Océano Indico en 2004. La novedad en el contexto mundial es que otros organismos científicos, como el Instituto para el impacto del cambio climático de Postdam (Alemania) han demostrado, para ciertos casos, la vinculación entre el agravamiento de las catástrofes y el cambio climático.

A partir de la segunda mitad del siglo XX la cuestión de los sismos se fue complicando debido a la irracional acción tecnológica de los hombres, es decir, de las grandes potencias. Algunos  historiadores ambientalistas y geólogos de los países ribereños del Pacífico Sur que conforman una franja de reconocida vulnerabilidad sísmica, investigan y debaten los costos de las pruebas nucleares de los Estados Unidos y de Francia realizados en el Océano Pacífico: Atolón  Bikini (25 de julio de 1946) y los 44 subsiguientes ensayos realizados por Estados Unidos en el campo de pruebas del Pacífico contra objetivos ubicados las Islas Marshall,  entre el 14 de abril de 1948 y el 18 de agosto de 1958. EEUU realizó 1,054 experimentos nucleares entre el 16 de julio de 1945 y el 23 de septiembre de 1992. Por su lado, Francia realizó 197 explosiones nucleares en los atolones de Mururoa y en Fangataufa en la Polinesia, así como en el Sahara, entre los años de 1966 y 1996.[5]

Las bombas sísmicas para tierra y mar fueron hechura de proyectos de ingeniería militar iniciados de manera simultánea a la fabricación de la bomba atómica entre la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y la llamada “Pax caliente”. Fue Thomas Leech 1973, ingeniero australiano de la Universidad de Auckland, quien trabajó al servicio de la armada neozelandesa en calidad de responsable del proyecto experimental Seal, el inventor de la bomba que podía generar sismos en el océano e inducir la aparición de tsunamis. Resultaron exitosos los experimentos que realizó entre los años de 1944 y 1945, generando bombas de alto poder destructivo, al poder reactivar las fuerzas de la naturaleza.[6] No debemos olvidar tampoco la fabricación y uso de las bombas sísmicas, cuya potencia es variable y seleccionada según los objetivos militares de la fuerza aérea estadounidense. La bomba sísmica fue bautizada como la «madre de todas las bombas», diseñada por el ingeniero Albert L. Weimorts (1938-2005).[7] En la actualidad se ha utilizado en Afganistán sembrando de destrucción y muerte entre los talibanes, aunque entre sus «daños colaterales» depredaron varios asentamientos de poblaciones civiles en zonas montañosas. [8] El desarrollo armamentístico de estas bombas de alto poder destructivo generadoras de desastres naturales sigue su curso.

 

Experiencia, memoria y reflexión crítica

Mirados en retrospectiva, diremos que los terremotos de mayor rango e impacto fueron para México el de 1985 y para el Perú el de 1970. Este último sucedió una aciaga tarde del domingo 31 de mayo de dicho año. No obstante que los epicentros de ambos terremotos se dieron fuera del entorno físico de ambas ciudades, los movimientos de las placas tectónicas borraron las divisiones políticas y en cierto sentido las distancias. El de 1985, con un rango de 8.1 en la escala de Richter, se ubicó en la desembocadura del río Balsas (Michoacán) en el Océano Pacífico. El de 1970 fue de 7. 9 en dicha escala y se manifestó en la costa de Ancash, entre la ciudad costera de Casma y el puerto de Chimbote, en el Océano Pacífico. Esas dos décimas de diferencia, sin embrgo, se trastocaron al inventariar los daños generados. En el caso peruano, la ayuda humanitaria internacional tendió un puente aéreo impresionante, el mayor de América Latina en el curso del siglo XX. Sin embargo, la ayuda no quedó exenta de los avatares de la Guerra Fría. Destacó la activa presencia soviética y cubana sobre la estadounidense. Quienes como Hilda y yo formamos parte del voluntariado de ayuda convocado por la Junta de Asistencia Nacional, entidad gubernamental creada en la década del 50 por el gobierno dictatorial de Odría, fuimos testigos de los esfuerzos solidarios de muchas personas, pero también de quienes socavaron dicha ayuda dentro de los cauces oficiales. Nos consternó ver cómo militares y esposas de los mismos, así como burócratas, participaron del saqueo de los bienes llegados de Europa, Estados Unidos y otros países. Día con día, durante una semana, un tercio de cada convoy de camiones del ejército que transportaba parte de la carga humanitaria eran desviados, según reportaba el puesto de control radial de Portada de Guías, a la altura del crucero de las avenidas Túpac Amaru y Caquetá. Bajo el gobierno militar, las entidades de atención de denuncias eran inexistentes o inoperantes. En diferentes momentos de emergencia, casos parecidos de rapiña fueron motivo de denuncias periodísticas en el mismo país y en México. Seguramente también en otros países.

El caso mexicano tuvo otra lógica. Contaba con una entidad castrense generada el año de 1966, como respuesta asistencial a las víctimas y damnificados por las inundaciones del río Pánuco, más conocida como “Plan DN-III-E”, bajo la responsabilidad operativa de la Secretaría de la Defensa Nacional. Sin embargo, el gobierno de Miguel de la Madrid le dio las espaldas a las víctimas y damnificados al ordenar que el ejército se abocase a crear en las zonas siniestradas cinturones de “seguridad militar” que impedían a la población civil el rescate de las víctimas que yacían entre los escombros de los edificios y viviendas derruidos. La justificación ideológica fue precaria e inhumana: evitar los saqueos y garantizar el orden. ¿Cómo olvidar que fue la población civil la que terminó por romper el cerco de seguridad militar y dar inicio al rescate de las víctimas?. El gobierno pudo, apelando al Plan DN-III-E, haber solicitado la movilización de los cuerpos y equipos de ingeniería militar pero no lo hizo. Rechazó la ayuda humanitaria internacional durante los primeros días. A la delegación de rescatistas franceses y sus perros, así como a la de los rescatistas venezolanos se les impidió que brindasen su ayuda humanitaria, reteniéndolos en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la capital mexicana. El gobierno envió a un equipo de propagandistas vinculados a la Secretaría de Turismo a recorrer algunas ciudades estadounidenses, minimizando los daños del sismo e invitando a visitar las zonas turísticas de México. ¿O será que los terremotos también son un mito genial como la pobreza y el narco? La rectificación gubernamental fue tardía, mediocre, cínica y anémica frente la pérdida de legitimidad nacional e internacional. Lo más valioso de esa experiencia, emergió espontáneamente del seno de la sociedad civil: redes y acciones solidarias crecientes y eficaces. Fue así como la solidaridad se reafirmó como virtud plebeya y ciudadana y sigue gravitando como tal en el imaginario social.  Elena Poniatowska, esa implacable lectora de la vida cotidiana,  recogió con ojos de águila  un número significativo de testimonios de las familias más afectadas por el sismo, sin olvidarse de denunciar la desatención y el autoritarismo gubernamental.[9]


Imagen 3. Marcelo Moreno: “Frente al terremoto e impotentes a la agonía”. 2016. http://www.casadelacultura. gob.ec/

En mi existencia, contaron también otros terremotos vividos en mi país de origen. Siendo niño había escuchado mil y un veces, el pavor que suscitaba en los mayores evocar los daños que generó el terremoto que asoló Lima y el puerto de El Callao un 24 de mayo de 1940. Los temblores reactualizaban en el imaginario social la posibilidad de que preanunciase un sismo de mayor magnitud. Lo experimentamos la tarde del 17 de octubre de 1966, cuyo rango alcanzó el grado de 8.1 Richter y que dejó en ruinas muchas construcciones en la ciudad de Lima y del puerto de El Callao. Muchos católicos, en su mayoría mujeres, con una imagen del corazón de Jesús en la mano o en pecho coreaban: «Aplaca señor tu ira, tu justicia y tu rigor, por tu santísima madre te lo pedimos Señor.»  Es el único país del continente que tiene como figura religiosa mayor al Cristo de los Temblores, más conocido como Señor de los Milagros. Si esta manifestación popular revelaba que el terremoto como tal seguía situado en su dimensión religiosa como castigo divino, de otro lado, se mostró la cara laica, al denunciar a Francia y sus recientes explosiones atómicas en la Polinesia, como la causante del choque de placas tectónicas en la plataforma continental del Pacífico, y por ende, de la costa peruana.

En estos días nos hemos llenado de inquietud o de pesar, tras vivir o recibir las noticias del impacto del terremoto grado 8.4 Richter en México y Guatemala, así como por el paso depredador de tres huracanes. Irma ha batido un récord al alcanzar una velocidad de 300 km por hora, y la categoría 5 en la escala de Saffir-Simpson, antes de arribar a las aguas calientes del Caribe. Ningún otro huracán había alcanzado tal magnitud, intensidad ahora atribuible a los efectos del cambio climático. Le siguen en el mismo corredor de vientos y aguas, los huracanes José y Katia.[10]

 

Visiones de los sismos en el siglo XIX

La catástrofe bajo la forma de terremoto devino en objeto de preocupación y reflexión bajo los signos de la modernidad en América Latina y el Caribe, despojándola de su presunto origen divino a contracorriente de las arraigadas creencias del catolicismo popular. En lo general, el proceso de secularización que continúa su accidentada marcha entre nuestros pueblos, inició sus tímidos balbuceos a finales del siglo XVIII, cobrando fuerza a mediados del siglo XIX en las repúblicas criollas. Los saberes y las lógicas de la modernidad resignificaron, no sin contradicciones, a las llamadas catástrofes naturales, sustrayéndolas de la dimensión religiosa colonial acerca del castigo divino asociado a la culpa, el miedo, la expiación y el control social.


Imagen 4. Fernando Botero. “Terremoto en Popayán”, 1999. http://banrepcultural.org/

Intelectuales, políticos, escritores, expresaron sus puntos de vista frente a los acontecimientos de época que les tocó observar o padecer.

A su vez, el terremoto que asoló la ciudad de Santiago de Chile un 6 de diciembre de 1850 y que tuvo un elevado costo en vidas perdidas y destrucción de viviendas y locales diversos, suscitó diversas lecturas y énfasis. Charles Darwin, a partir del análisis de un acontecimiento parecido del año 1835 que alcanzó la ciudad de Valdivia, se interrogó acerca del origen de las cadenas montañosas asociadas a los desplazamientos y levantamientos de la tierra.[11] No descuidó dar detalle del impacto social: «aunque las casas de madera no fueron derribadas, no dejaron de ser violentamente sacudidas. Todos los habitantes, presa de loco terror, se precipitaron por las calles. Son estos espectáculos los que crean en cuantos han visto y sentido sus efectos ese indecible horror a los terremotos».[12]


Imagen 5. Terremoto en Huaraz, Perú 1970. http://anecdotasmoleskine.blogspot. mx/

El naturalista fue más allá: describió con algún detalle su experiencia sísmica y las sensaciones que experimentó, así como sus observaciones directas del movimiento:

Me encontraba en la costa y me había tendido a la sombra, en un bosque, para descansar un poco. El terremoto empezó de pronto y duró dos minutos. Pero a mi compañero y a mí ese tiempo nos pareció mucho más. El movimiento del suelo era muy perceptible y, al parecer, las ondulaciones provenían del Este; otras personas sostenían que venían del Sudoeste, lo cual prueba cuán difícil es en ocasiones determinar la dirección de las vibraciones. No experimentaba dificultad alguna para sostenerme de pie; pero el movimiento me produjo casi un mareo semejante al mal de mar; se parecía en efecto mucho al movimiento de un buque en medio de olas muy cortas, o, mejor, aún, se hubiera dicho, a patinar por encima de una capa de hielo de débil espesor que se doblegara con el peso del cuerpo.[13]

           

Por su lado, Domingo Faustino Sarmiento prefirió sesgar su mirada eludiendo el drama humano, a favor de la arquitectura:

…el temblor es un buen estimulante para que el público ponga atención en asunto de arquitectura, en cuya solución lleva la vida, el reposo, cuando no la fortuna. Si la tierra gusta de temblar es éste un perverso gusto de que no debemos, de que no podemos culpar ni a la Providencia ni al gobierno. Nuestro único medio de hacer frente al amago, es extinguir el peligro mejorando la construcción de los edificios, porque si no hubiese de caérsenos un temblor sería ocasión de admirar sin miedo las sublimes luchas de la naturaleza. Un temblor es, pues, para los hombres, una cuestión de arquitectura.[14]

 

José Martí, la figura mayor del pensamiento crítico del Caribe del siglo XIX, escribió una muy valiosa crónica del terremoto acaecido el 31 de agosto de 1886 en Charleston (Carolina del Sur), con una escala de 7.3 Richter. Al respecto, escribió:

Serían las diez de la noche. Como abejas de oro trabajaban sobre sus cajas de imprimir los buenos hermanos que hacen los periódicos; ponía fin a sus rezos en las iglesias la gente devota, que en Charleston, como país de poca ciencia e imaginación ardiente, es mucha; las puertas se cerraban, y al amor o al reposo pedían fuerzas los que habían de reñir al otro día la batalla de la casa; el aire sofocante y lento no llevaba el olor de las rosas; dormía medio Charleston; ¡ni la luz va más aprisa que la desgracia que la esperaba!

[…]En esa paz, señora de las ciudades del Mediodía, empezaba a irse la noche, cuando se oyó un ruido que era apenas como el de un cuerpo pesado que empujan de prisa […]. Se hinchó el sonido: lámparas y ventanas retemblaron…, rodaba ya bajo tierra pavorosa artillería; sus letras sobre las cajas dejaron caer los impresores, con sus casullas huían los clérigos; sin ropas se lanzan a las calles las mujeres olvidadas de sus hijos; corrían los hombres desolados por entre las paredes bamboleantes; ¿quién asía por el cinto a la ciudad, y la sacudía en el aire, con mano terrible, y la desconyuntaba? Los suelos ondulaban; los muros se partían; las casas se mecían de un lado a otro; la gente casi desnuda besaba la tierra.[15]

 

En otro pasaje, el pensador cubano subrayó el papel solidario jugado por la población afro estadounidense frente a la adversidad:

Tiene el negro una gran bondad nativa, que ni el martirio de la esclavitud pervierte, ni se oscurece con su varonil bravura.

[…] hay en su afecto una lealtad tan dulce que no hace pensar en los perros, sino en las palomas; y hay en sus pasiones tal claridad, tenacidad, intensidad, que se parecen a las de los rayos del sol.

 

Cierre de palabras

A modo de umbrales hemos presentado algunas aristas histórico-culturales de los terremotos, sin descuidar su incidencia social, política y gubernamental. Creemos haber brindado argumentos consistentes para documentar que entre el siglo XX y el XXI, la noción de catástrofe natural queda en entredicho, toda vez que no cubre los casos en que las capacidades de los complejos militares de las grandes potencias intervienen en las estructuras geológicas de nuestro planeta, mediante bombas sísmicas u otros procedimientos. Otros proyectos militaristas en desarrollo se orientan a la subversión del clima, los vientos, las aguas y los volcanes como opciones de guerra. Así, la dimensión social de las catástrofes se ha acentuado y complejizado, por lo que merece ser insertada en nuestras agendas académicas y ciudadanas. Hemos tomado en cuenta algunas de estas catástrofes atendiendo a sus particularidades, principalmente desde el campo testimonial y experiencial, ajeno y propio. Los terremotos han sido elegidos de manera arbitraria pero justificada, por lo que en su conjunto no llegan a representar una pequeña muestra de un universo mayor.  Hemos llamado la atención sobre los límites y las dos caras de la ayuda humanitaria.

Hemos puesto énfasis también en las visiones que emergieron en clave moderna para dar cuenta o explicar estas catástrofes, descentrándolas de sus añejos anclajes religiosos. Entre una y otra visión se pueden percibir huellas de saberes diferenciados, así como una mayor o menor sensibilidad frente al drama humano.

Mucho queda por reflexionar de cara a nuestras circunstancias y a la desmemoria de las catástrofes. Tómense estos umbrales como una invitación a la alerta y al debate abierto y razonado. Cierro con un fragmento denso y decidor del poema «Terremoto» de César Vallejo, incluido en su libro Poemas humanos:

«¿Hablando de la leña, calló el fuego?

¿Barriendo el suelo, olvidó el fósil?

Razonando,

¿mi trenza, mi corona de carne?

(¡Contesta, amado Hermenegildo, el brusco;

pregunta, Luis, el lento!)»

 

Bibliografía

[1] Darwin, Charles, Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Buenos Aires: Librería El Ateneo, 1945, pp. 360-361. 

[2] Requena Hidalgo, Jesús y Mar Campins Eritja. De las catástrofes ambientales a la cotidianidad urbana: la gestión de la seguridad y el riesgo. Barcelona: Uniersitat de Barcelona, 2000.

[3] Véase: Taller Regional DIPECHO América del Sur 2016. Sistematización de resultados. http://dipecholac.net/taller-america-del-sur-2016/index.html, consultada el 8 de septiembre de 2017.

[4] Paepe, Roland et al. Greenhouse Effect, Sea Level and Drought. Dordrecht: Kluwer Academic, 1991.

[5] http://www.lanacion.com.ar/1775025-la-polinesia-francesa-exige-compensaciones-a-paris-por-las-pruebas-nucleares, consultada el 4 de septiembre de 2017.

[6] Ferreyra, Norma Estela. Periodistas sin miedo 3. El terrorismo global. USA: Lulu,2012,pp.12-13.

[7] http://www.nytimes.com/2005/12/25/us/albert-l-weimorts-designer-of-big-bombs-dies-at-67.html?mcubz=1, consultada el 7 de

[8] «Cuán poderosa es la GBU-43/B MOAB, la "madre de todas las bombas" que EE.UU. lanzó contra Estado Islámico en Afganistán» http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-39596050, consultada el 10 de septiembre de 2017.

[9] Elena Poniatowska. Nada, nadie: las voces del temblor. México: Ediciones Era, 1988.

[10] «Irma se asoma a Cuba y EEUU, José le sigue de cerca y Katia va hacia México», http://www.huffingtonpost.es/2017/09/08/irma-se-asoma-a-cuba-y-eeuu-jose-le-sigue-de-cerca-y-katia-va-hacia-mexico_a_23201904/. Consultada el 9 de septiembre de 2017.

[11] Lamb, Simon. El diablo en la montaña: la búsqueda del origen de los Andes. Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos, 2010, p. 38.

[12] Darwin, Charles, Viaje de un naturalista alrededor del mundo, p. 361.

[13] Ibid.

[14] Citado en: Ramos, Julio, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana, 2009, p. 222.

[15] Martí, José. «El terremoto de Charleston». En: http://www.josemarti.cu/publicacion/el-terremoto-de-charleston/, consultada el 11-09-2017.

[16] Vallejo, César. Poemas humanos. Lima: Editora Perú Nuevo, 1959.

 

Créditos de imágenes

  • Hotel Regis 1985 : http://www.tabascohoy.com/nota/334202/minus
  • Marcelo Moreno, http: //www.casadelacultura.gob.ec/imagenesexposiciones/005_frente_al_terremoto_e_impotentes_a_la_agonia_mixta-lienzo_70x60.jpg
  • Haití http://www.viajeslibres.com/haiti-el-terremoto-en-el-arte/