En septiembre de 2011 editamos nuestro primer número de En el volcán, como vocero de un colectivo de trabajadores de la cultura residentes en la tierra de Emiliano Zapata y Rubén Jaramillo, pugnando por crear un espacio crítico de reflexión frente al orden existente. A lo largo de 28 meses hemos editado igual número de revistas con esa orientación frente a las urgencias regionales, nacionales y latinoamericanas. Por diversas vías atestiguamos que en la regularidad de En el volcán participan también sus lectores en esa voluntad de reflexionar y generar alternativas ante el pensamiento hegemónico y sus prácticas alienantes, opresivas y depredadoras. En este fin de año, advertimos que México ha ingresado en una peligrosa fase desnacionalizadora y autoritaria, capitalizando la dispersión temporal de las fuerzas y corrientes que representan a las clases y grupos subalternos, a la nación mexicana, una, diversa y muy popular.
Para nuestras élites gobernantes, la consigna es que México debe continuar distanciándose día con día de América Latina, pues no quiere verse en incómodos espejos nacionales, de modo que pueda continuar su acoplamiento subordinado a Estados Unidos y Canadá. La oligarquía no quiere ver el espejo de PEMEX en los ejemplos del Brasil, Venezuela, Argentina o Bolivia. En particular, lo anterior explica la tímida respuesta mexicana frente al espionaje abierto de que viene siendo objeto por parte de ambos países norteamericanos; a su vez, la conducta evasiva del desgobierno actual se expresa frente al drama de nuestros migrantes, contrastando con su desbordado entusiasmo por la próxima visita del primer ministro canadiense, a quien únicamente se le ha rogado la gracia de otorgar visas más amables a los connacionales, a cambio de la entrega abierta a sus empresas mineras, de nuestros yacimientos de oro, plata y otros minerales.
Hemos cerrado el año en México con el signo nefasto de la llamada reforma energética instrumentada por nuestras élites políticas en el poder ensolícita atención a las expectativas del capital transnacional, en aras de profundizar nuestra dependencia y subalternidad. El PRI y el PAN son entidades políticas nativas desnacionalizadoras. Están documentadas sus ofertas de elevadas tasas de ganancia al capital extranjero, a costa de la nación y del pueblo mexicano en diversos ramos de la economía. El proceso de contracción por agotamiento de las fuentes de energía no renovables afecta al mundo en su conjunto, agravando la disputa entre las grandes potencias y a su vez, entre éstas y los pueblos y naciones poseedores de las mismas. Las guerras sucesivas en el Medio Oriente han desnudado los reales intereses imperialistas. Las coartadas intervencionistas acerca del terrorismo, de la amenaza de armas químicas o de fabricación de armas nucleares, el despotismo político o la violación de derechos humanos, se han desplomado como las grandes mentiras mediáticas de las últimas décadas. La retórica imperialista apuesta a confundir, presentando imágenes y hechos distorsionados para justificar sus acciones.
Con el propósito de justificar la aprobación de la reforma energética, los dirigentes del PRI y del PAN no tienen reparos en simular que respetan los intereses de la nación y que interpretan los deseos y la voluntad del pueblo al que atropellan e igual sucede con el resto de los partidos, satélites confesos o no de éstos. . Sin embargo, los hechos los desmienten. Se trata de dirigentes nativos, toda vez que lo nacional les es ajeno a sus particulares intereses y preocupaciones, consistentes en fungir de socios o aliados o comparsas o modestos empleados de tercera de las grandes corporaciones y potencias imperialistas. No hay novedad alguna en señalar que los dirigentes del PRI y del PAN, al oponerse a las prácticas democráticas de la consulta popular sobre la cuestión energética, sacan a luz sus fueros autoritarios.
La simulación y el autoritarismo se complementan con otros atributos: el cinismo, la mentira y la voluntad represiva, las cuales se criban en la coreografía del Pacto por México, en el cual encontramos lastimosamente a una “izquierda” institucionalizada, huérfana de principios y lealtades primordiales. Los señuelos de los spots mediáticos anunciando que la reforma energética abaratará las cuentas del gasto del consumo de gas familiar o de que abrirá muchos empleos, no son sólo viejos cuentos engañailusos: forman parte de un amplio y ya clásico fenómeno de construcción de la mentira, potencializado hoy tecnológicamente y dirigido a moldear en la población la programada inercia sustantiva para el régimen. Conocemos que la privatización de los energéticos, allí donde se aplicó, disparó las tarifas; conocemos que la oferta de empleos es otro embuste bastante elemental: se trata de empleos precarios, inestables, sin amparo legal y sin límite de jornada y protección ante los accidentes de trabajo y a las enfermedades ocupacionales.
Como peculiar añadidura, se suma a lo anterior la manipulación de frases de Lázaro Cárdenas enlazadas a favor de las tesis privatizadoras: ahora resulta que éste no quiso decir lo que dijo, ni quiso hacer lo que hizo; es más, ni dijo lo que hizo ni hizo lo que dijo, y es que ahora aparecen fundamentadas dudas respecto a que haya existido tal personaje mítico. Ya así orientados y encuadrados en la chacota como se debe, nos percatamos que la supuesta voluntad privatizadora neoliberal del PRI y del PAN no es sino un mero espejismo, una calumnia, como lo es su supuesto compromiso desnacionalizador, pues jamás hubo nacionalización alguna, como tampoco hubo república, ni separación entre iglesia y estado, ni luchas agrarias ni millones de muertos, ni sacrificios de todo tipo: vivíamos ingenuamente en el seno de una fantasía, de un disparate patriotero y nacionalista.
En suma, gracias a la tele, hemos descubierto en este fin de año que los recursos de México no son parte de un botín a entregar y vender, simplemente porque nunca fueron de México; es más, confesamos con embarazo no deseado y un poco perplejos que ignoramos qué es eso de “México”. Lo hemos buscado en el internet y en las agujeradas redes sociales y el término, se nos informa, se encuentra reservado ya bajo patente. Parece que el nombre se va a destinar a un nuevo tipo de pasta de dientes fluorada. Tal vez la perplejidad es lo único que nos queda claro. Falta esclarecer qué perdemos si nunca perdimos, ya convencidos al fin de que perder es ganar, de que la degradación es algo ejemplar, de que los aumentos de precios no lo son y de que la miseria tampoco lo es. Así que la indagación y la verdad están de nuestra parte -si es que existen- y también los intereses del pueblo y de la nación. Todos ellos están de nuestra parte, quién sabe si usted, amable lector y nosotros los perplejos, estemos de parte de todos ellos.
En este último número de 2013, presentamos cuatro artículos a nuestros lectores: un texto de Luis Tamayo caracterizando a la vergonzosa reforma energética aprobada ya por la vergonzosa mayoría de legisladores de este país luego de que fuera aprobada -como primordial requisito- fuera de México. El texto Paul Hersch se ocupa de lo que conforma y también sugiere este peculiar fin de año, ojitos de agua incluidos; Ricardo Melgar, en su texto “El pensamiento crítico latinoamericano: Nosotros, una categoría identitaria”, apoyado en la semblanza de dos significativas publicaciones peruanas, la revista Amauta, de José Carlos Mariátegui, y el quincenario Labor, reflexiona sobre los alcances e implicaciones del vocablo “nosotros”; Carmen Bermejo nos ofrece a su vez el artículo “La artesanía: una labor que ya no da para vivir”, glosando un reciente encuentro sobre los “Retos para el reconocimiento de las artesanías y los derechos bioculturales”. Ofrecemos también unas reflexiones emanadas del V Congreso Internacional de Filosofía Política, una nota relativa a un monumento dedicado a la libertad de los esclavos de América, y en la serie Librium tremens se alude a cuatro interesantes obras relativas al anarco-sindicalismo en diversos países de América Latina.
Compartimos de corazón con nuestros lectores la propuesta de que, en lugar de esperar a ver qué nos depara el nuevo año que se inicia, mejor atendamos lo que nosotros le hemos de deparar.