Argentina: ¡Bienvenido Mr. Obama!

¿Por qué resulta tan molesta la visita de Barack Obama a la Argentina el día 24 de marzo? La razón es tan obvia que no tuviera que generarse una discusión al respecto. No obstante, como este mundo está lleno de desinformados, no viene mal recordar los motivos profundos que hacen que la llegada de un presidente norteamericano a nuestro país en el cuadragésimo aniversario del golpe militar genocida de 1976 sea tan irritativa.

       En la segunda mitad del siglo XX,, Estados Unidos, (alias “Yanquilandia”, “El Gendarme del Mundo” y otros de los que mejor ni hablar), financió e instrumentó sucesivos golpes de Estado en países latinoamericanos, instaurando dictaduras autoritarias y represivas alineadas completamente con su política exterior y ejecutoras favorables de la expansión de las inversiones yanquis en nuestro sufrido continente. Estas políticas tuvieron como consecuencia la perpetuación de formas de dependencia a las economías centrales, la pauperización de la mano de obra nativa, amén de no favorecer en lo más mínimo el desarrollo de nuevas ramas de la economía, como las diversas retóricas pro imperialistas de ese entonces (¡y de ahora!), solían afirmar. Desde siempre, pero con más fuerza desde la segunda guerra mundial en adelante, la política exterior norteamericana ha significado en nuestro continente: dependencia, atraso y soluciones autoritarias y represivas. Políticas alentadas e instrumentadas desde los centros imperialistas y ejecutadas por las oligarquías y burguesías semi-coloniales de nuestros países y sus agentes políticos (militares reaccionarios, partidos políticos conservadores, y no tanto, clero, burocracia sindical, etcétera). El Departamento de Estado norteamericano fomentó de manera activa los golpes de Estado en: Brasil (1964); Bolivia (1971 y 1980); Uruguay (1973); Chile (1973); Argentina (1966 y 1976). Esto solo por mencionar los casos más importantes y trágicos. Quede como símbolo mayor de esta política pro-imperialista y genocida la aceitada operación política de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para derrocar al gobierno socialista de Salvador Allende en Chile por medio de un intento de golpe civil y su transformación en golpe militar fascista (Plan B), cuando la primera opción se reveló como insuficiente. Como exclamó indignado, en su momento, el Secretario de Estado norteamericano de esos años, Henry Kissinger (¡Premio Nobel Paz, igual que Obama!): “¡no veo porque tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo!”. 

La frase expresa con meridiana claridad el desprecio que este gran “demócrata” sentía por el derecho de los ciudadanos de los países latinoamericanos a elegir el gobierno que sintieran que mejor los representaba. Con Kissinger y con los demás personeros que le sucedieron en su cargo, los gobiernos norteamericanos nunca dejaron de asumir “responsabilidades” para impedir que los “irresponsables” habitantes de Latinoamérica (hispanos, indios, mestizos, negros) cayeran en las garras del “comunismo ateo”, o de cualquier cosa que se le pareciera. Cuando no alcanzó con los golpes de Estado, no se vaciló en utilizar métodos aún más drásticos. No está de más recordar que Estados Unidos invadió Republica Dominicana en 1965 para derrocar al gobierno nacionalista de Juan Bosch; intervino en Granada en 1983 para acabar con el gobierno de izquierda de Bishop y, de forma particularmente sangrienta, en Panamá (1990) para sacar del medio al mafioso Manuel Antonio Noriega, a quien los mismos yanquis habían ayudado a encaramar en el poder cuando eso les convino. Un capítulo aparte merece la tenebrosa ocupación de Haití en 1993, que tomo ribetes de genocidio sanitario y que, por diversos medios, se mantiene hasta el día de hoy bajo la fachada de la intervención de la ONU en ese sufrido país. Es un hecho conocido que el gobierno estadounidense, en colaboración con elementos paramilitares de distintos países latinoamericanos, financió y dio apoyos logísticos a los grupos armados que en la década de años 80, del siglo XX, combatieron al gobierno revolucionario de la Nicaragua Sandinista, y que intervinieron en la guerra civil de El Salvador. Son más que conocidas las continuas agresiones militares, económicas y propagandísticas que Estados Unidos ha mantenido durante más de cincuenta años contra el gobierno revolucionario cubano.     

       Centrándonos en el caso de nuestro país y, más específicamente del golpe militar de 1976, la intervención del gobierno norteamericano en el mismo fue de primer orden. Documentos de la inteligencia norteamericana y estudios de académicos de la misma nacionalidad, permiten constatar que desde 1973, agentes de la CIA venían sondeando a militares argentinos dispuestos a dar el mal paso. No está de más recordar que en 1974 fue asesinado en Buenos Aires el militar chileno constitucionalista Carlos Prats Cardona, quien había sido opositor al golpe de Pinochet el año anterior. En esta operación actuó la policía política de la dictadura chilena (DINA), en complicidad con grupos paramilitares argentinos y con personal de la estación de la CIA en nuestro país. Personal de inteligencia norteamericano también estuvo vinculado con las operaciones de la banda terrorista paramilitar Triple A, montada por el gobierno peronista de derecha de Isabel Perón para reprimir al movimiento obrero y otras expresiones de la militancia social. Al producirse el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, el gobierno norteamericano de Gerald Ford reconoció diplomáticamente al gobierno de Videla el mismo día de su instalación. Los principales diarios norteamericanos  destacaron el perfil de anticomunista militante del flamante gobernante de facto argentino, resaltando que se esperaba que llevara adelante una política de lucha frontal y sin concesiones contra la guerrilla de izquierda. En los meses siguientes el gobierno norteamericano no dejo de dar su apoyo diplomático y financiero a la nueva dictadura. De la misma manera, la inteligencia norteamericana coordinaba las acciones del llamado Plan Cóndor en nuestro país y con las dictaduras de los países vecinos.

      En enero de 1977, llegó a la presidencia de Estados Unidos el demócrata Jimmy Carter, quien sostenía una plataforma electoral que postulaba la instrumentación de políticas de distensión en la guerra de bloques y en favor de la defensa de los derechos humanos en los países con gobiernos dictatoriales.  Según una cierta “historia oficial” que se instaló en nuestro país en los años de la “democracia de baja intensidad” que siguieron a la dictadura, el gobierno de Jimmy Carter fue un coherente opositor a los gobiernos dictatoriales y un aliado incondicional de los organismos que luchaban contra la violación de los derechos humanos en nuestro país y el resto de América Latina. ¿Esto fue así? En mi opinión, es imposible sostener que durante el gobierno de Jimmy Carter se haya producido un punto de inflexión radical en la política de las relaciones entre Estados Unidos y los gobiernos dictatoriales. ¡No sucedió ni podía haber sucedido! En los años 70, el mundo seguía inserto en la guerra fría y la política de bloques. Cualquier gobierno norteamericano, por más “progre” que fuera, no podía desconocer los fuertes compromisos que como gendarme del orden capitalista tenía en todo el mundo y, en particular, en su clásico “patio trasero”. La política exterior norteamericana fue siempre como un avión con piloto automático. Tanto en la época de Truman o Eisenhower, como durante el gobierno de Kennedy. Igualmente, así fue con el anti-comunista Nixon y el defensor de los derechos humanos Carter. Con halcones como Reagan o Bush y con “palomas” (¡con algo de caranchos!) como Clinton y Obama. Lo anterior no significa que el gobierno de Carter haya tenido una relación óptima con dictadores como Videla, Pinochet, etcétera. Factores de distinto peso en el medio político norteamericano no favorecieron una relación de ese tipo.  La propia necesidad de la diplomacia norteamericana de tomar distancia de la era de Vietnam-Watergate, incluyendo el anterior apoyo desembozado a los gobiernos dictatoriales, obligaron a cambiar el estilo. El ala “izquierda” del Partido Demócrata, fiel a la sensibilidad de su electorado, tomó el tema de la lucha contra la violación de los derechos humanos como una bandera de cierta rentabilidad política. En la segunda mitad de la década de los años 70, la política exterior del nuevo secretario de Estado Cyrus Vance no era, ni podía ser, exactamente igual a la de Henry Kissinger. De hecho, la dictadura argentina comenzó a sentir una cierta frialdad desde el momento en que Carter asumió la presidencia. En mayo de 1977, Videla se fotografió conversando sonriente con Jimmy Carter durante la firma de los tratados Torrijos-Carter en torno a la devolución del Canal de Panamá. (¡Otra asignatura pendiente del imperialismo norteamericano!). Pero en los meses siguientes, la dictadura descubrió que el gobierno yanqui reducía la cuota de uranio enriquecido que vendía a la Argentina, argumentando que nuestro país no había firmado el Tratado de Tlatelolco contra la proliferación de armas nucleares.

Un año después, el Congreso norteamericano incluyo a la Argentina en el embargo de armas que la Enmienda Humphrey-Kennedy había establecido en relación con la dictadura chilena en 1976. Paralelamente, la secretaria de Derechos Humanos del gobierno de Carter, Patricia Derian, comenzó una campaña internacional que denunciaba la existencia de campos clandestinos de detenidos en la Argentina. Nobleza obliga, no puede pasarse por alto que, según el testimonio de numerosos familiares de desaparecidos, algunos funcionarios de la embajada norteamericana en Buenos Aires ayudaron a facilitar la salida del país a personas que estaban en la clandestinidad durante los “años de plomo”. En 1979, las relaciones entre el gobierno de Carter y la junta militar argentina llegaron a su punto más bajo, cuando el gobierno argentino aconsejado por su ministro de economía “Joe” Martínez de Hoz (alias “El Orejón”, “José Mercado”, etcétera) se negó a secundar el embargo de granos a la URSS que el gobierno de Carter propuso a los gobiernos de los países exportadores de trigo para sancionar al gobierno soviético por la invasión a Afganistán. La dictadura militar argentina sería muy anti comunista, pero no comía vidrio. Martínez de Hoz y sus amigos de la Sociedad Rural y CONINAGRO no pensaban perderse las ventas en el importante mercado ruso, principal cliente externo de la Argentina desde los acuerdos comerciales de 1973.

     Sin negar estos datos, considero que la tensión entre el gobierno norteamericano de Carter y las dictaduras latinoamericanas tiene que ser analizada en un contexto estructural. El gobierno de Carter, que condenaba la violación de derechos humanos por medio de la violencia paramilitar, no dejo por eso de defender la política anti-comunista de las dictaduras latinoamericanas, como parte de la defensa continental y su “inclusión en el mundo libre”. Lo que implica que durante el gobierno de Carter la lógica de la Doctrina de Seguridad Nacional siguió en pie, con algunos pocos cambios discursivos. Que la secretaria de Derechos Humanos y aun el Departamento de Estado norteamericano mantuvieran una relación fría con las juntas militares latinoamericanas nunca fue óbice para que las fuerzas armadas yanquis mantuvieran más que aceitadas relaciones con sus pares latinoamericanos. Lo mismo la CIA, que siempre manifestó “respeto y admiración” por la efectividad de los militares argentinos en la “lucha contra la subversión”. En los años de Carter, los militares argentinos y de otros países latinoamericanos siguieron cursando sus estudios de postgrado en la Escuela de las Américas, en la zona del canal de Panamá, y reconocido centro formador de torturadores. Algo semejante sucedía con la Enmienda Humphrey-Kennedy que ordenaba el embargo de armas a las dictaduras de Videla y Pinochet. En ningún momento Estados Unidos dejo de hacer transferencias de material bélico a los genocidas del Cono Sur. La venta de armas yanquis se siguió haciendo por medio de la intermediación de gobiernos aliados estratégicos de Estados Unidos que se prestaban a realizar el trabajo sucio que no podía hacer este país a cara descubierta. Siendo el caso más notorio el de los gobiernos israelíes, tanto los laboristas como los conservadores del Likud, cuyas relaciones con la dictadura argentina fueron inmejorables. Digamos que exactamente hacia lo mismo la Unión Soviética, que en esos años le vendió armas a la Argentina a través de los buenos oficios del gobierno rumano de Nicolás Ceausescu. De la misma manera, los créditos de bancos norteamericanos nunca dejaron de fluir hacia la Argentina, amén de incrementarse mucho las inversiones norteamericanas en nuestro país en esos años en que la violencia del terrorismo de Estado había “pacificado” el medio sindical. Todo esto aún después que el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos confirmara documentalmente el genocidio producido en nuestro país en el informe que siguió a su visita en 1979. En julio de 1980, luego de una crisis política de larga data, una fracción de los militares bolivianos decidió derrocar a la presidenta provisional Lidia Gueiller, para impedir que asumiera la presidencia Hernán Siles Suazo, candidato victorioso de la coalición de izquierda UDP. Este golpe militar contó con la instigación y el apoyo logístico de la dictadura argentina, lo que incluso involucró a personal militar y a paramilitares argentinos en el pustch que derivó en un episodio sangriento, con masacre de civiles y líderes de la oposición. La dictadura de García Meza no fue reconocida por el gobierno de Carter que, de manera salomónica, también se negó a apoyar al gobierno en el exilio que monto Siles Suazo. Años después, distintas versiones han insistido en que la embajada norteamericana en La Paz estaba al tanto de los preparativos golpistas, y que le dio un visto bueno soto voce, e incluso favoreció un acercamiento entre los narco militares y sectores empresariales locales. Insisto en que por más incómodo que le resultara al gobierno norteamericano tener que tratar con estos gobiernos, nunca la “indignación” alcanzo como para buscar someterlos a una cuarentena diplomática que obligara a iniciar una apertura política o a modificar sus políticas represivas. En lo único que el gobierno de Carter se mantuvo intransigente en relación a la dictadura argentina fue en el tema de venta de insumos y transferencia tecnológica en el área nuclear. Pero, como ya explicamos, eso no fue una sanción por la violación a los derechos humanos sino porque Argentina se negaba a suscribir el Tratado de Tlatelolco. Una condición que el gobierno norteamericano exigía, como imposición imperial, a los gobiernos del “mundo sub desarrollado” para apoyar sus proyectos en el área nuclear. Aclaremos también que, por su lado, la diplomacia argentina estuvo, en esos años, alineada con las posiciones norteamericanas en los foros internacionales. Esto fue así durante la crisis de Irán (1978-1979), frente a la caída de Somoza y la revolución sandinista (1979), la crisis de los “marielitos” en Cuba (1980), etcétera. Incluso durante la invasión soviética en Afganistán, cuando si bien la Argentina se negó a apoyar el embargo cerealero, que le dolía en el bolsillo, apoyó diplomáticamente la posición norteamericana en los foros internacionales e, incluso, se sumó al boicot a las olimpiadas de Moscú de 1980, alentado por el gobierno norteamericano. Resumiendo, si bien la tensión política entre el gobierno de Carter y las dictaduras existió, en ningún momento alcanzó para afectar los vínculos más estructurales que hacen a la dependencia semi-colonial de América Latina hacia Estados Unidos, ni tampoco las estrategias a largo plazo de la política exterior norteamericana para la región.    

      Por supuesto, la llegada al poder del gobierno de Ronald Reagan (1980), con su retórica de la “segunda guerra fría”, entusiasmó a los militares argentinos que lo presentaron como un hecho venturoso a través de la televisión estatal y demás medios controlados por la dictadura. El mismo entusiasmo que la “TV milica” había manifestado ante el triunfo electoral de la Maggie “Bloodie” Thatcher en Gran Bretaña en 1979. Argentina mejoró sustancialmente sus relaciones con Washington y hasta mandó a “asesores” a entrenar a los “Contra” nicaragüenses y a los escuadrones de la muerte de El Salvador. Tanta deferencia no alcanzó para que el gobierno de Reagan tuviera una posición favorable, o medianamente benevolente hacia la Argentina durante la guerra de Malvinas, como ingenuamente el dictador alcohólico Galtieri pensó que podría llegar a suceder. Con el “progre” Carter y con el “Halcón” Reagan la lógica de la guerra de bloques se mantuvo incólume. La dictadura argentina no podía aspirar más que a jugar el papel de un efectivo aliado de los norteamericanos, defendiendo el sacro orden capitalista en su espacio nacional y regional. Bajo ningún concepto podía permitirse tener arrebatos anti colonialistas que afectaban a un aliado estratégico de primer orden de Estados Unidos, como era Gran Bretaña.

     Pasaron muchos años. La guerra fría ya no dicta los parámetros generales de la política mundial y ya los golpes de Estado no son el método más efectivo para defender el orden imperialista. Incluso, como dato de color, un presidente negro (¡mejor dicho, mulato!) gobierna en la principal potencia imperial del mundo. Entonces, se preguntará: ¿hay razones para estar tan molestos con la visita del presidente norteamericano en el aniversario de la dictadura militar? Contestamos que sí. Porque los objetivos de la política exterior norteamericana que ensangrentó América Latina durante los años de la dictadura siguen vigentes. Para probarlo están las intervenciones en el Golfo Pérsico (1990, 2003), en los Balcanes, los bombardeos a la población civil en Somalia y los bombardeos en Afganistán llevados adelante por el señor Obama. También la caza y muerte de Bin Laden, que por más despreciable que fuera este personaje, no dejo de ser un clásico acto de intromisión imperial en el territorio de un país extranjero, al mejor estilo de película de Stalone o de Chuck Norris. Ni que hablar de las operaciones de golpe civil, como las que se llevan adelante contra el gobierno de Venezuela, o el aliento al secesionismo pro-imperialista y reaccionario de la derecha boliviana enfrentada al gobierno de Evo Morales. En el mundo post guerra fría los golpes militares están un poco obsoletos…pero los mismos fines se persiguen por otros métodos. Sin que por eso se desdeñe del todo volver a recurrir a los viejos métodos, si los actuales no alcanzan. ¡Es la vieja lógica de cubrir el puño de hierro con un guante de seda!

      Obama es el titular de un Estado que sigue siendo el instrumento de un esquema de dominación mundial que nos mantiene en una posición semi colonial y subordinada. Es irritante que Mr. Obama quiera visitar la ESMA, porque las personas que fueron torturadas y asesinadas en ese lugar fueron víctimas de una dictadura alentada por el gobierno de su país. Se nos dirá que tenemos que ser realistas, que tenemos que abrirnos al mundo y todos los lugares comunes con que el actual y miserable gobierno reaccionario y entreguista lleno de gerentes de empresa nos quiere vender el buzón de: ¡bajémonos los pantalones que luego viene el derrame! El mismo verso que vendió Menem en los años 90 y que terminó en el incendio del país en 2001. Por otro lado, el gobierno norteamericano no se privó en estos años de seguir presionando con métodos nada suaves a nuestro país cuando necesito hacerlo. Baste con recordar la aprobación de la ley anti terrorista por el Congreso argentino en 2011. Una de esas condiciones que la gran democracia del norte les pone a los países “sudacas” y afines para no incluirlos en el “eje del mal”, o alguna de esas tantas construcciones discursivas estrambóticas que son un eximio ejercicio de macartismo inquisitorial aplicado a las relaciones internacionales.

     Es realmente cínica, y nada inocente, la afirmación de Mr. Obama en el reportaje que le hizo la CNN en el sentido que la ex presidente Cristina Fernández sostuvo “políticas anti- norteamericanas” producto de una “mentalidad setentista”. Permítanme que esboce una sonrisa levemente irónica. Considero que el gobierno kirchnerista estuvo muy lejos de tener una política “anti-norteamericana” o de carácter anti-imperialista consecuente. No solo que la ex presidenta, luego de llenarse la boca hablando de soberanía, hizo aprobar la “ley anti- terrorista” y presionó a los diputados díscolos de su bloque para que acataran sin chistar. También fruto de presiones yanquis fue el veto a la Ley de Glaciares ejercido por la presidenta sobre un proyecto aprobado por los legisladores de su propio bloque. Desde el año 2003, los gobiernos kirchneristas llevaron adelante una política petrolera completamente funcional a las inversiones de las grandes multinacionales del sector. Lo mismo hacia hacia los intereses de la minería extractivista. Ni que hablar de los acuerdos leoninos con multinacionales gansteriles como Chevron y Monsanto. Algunos me objetaran que se re-estatizo YPF. Si, cuando ya los españoles de REPSOL la habían fundido y haciéndose cargo de toda la deuda acumulada durante la gestión privada.  No esta demás recordar que el gobierno del ex presidente Kirchner acordó la jurisdicción judicial extranjera para los pleitos con los deudores que generó toda esta situación de la deuda con los “fondos buitres”. La propia ex presidenta se jactó en varias oportunidades de que su gobierno era “un buen pagador”. Todo esto amén que en ningún momento se promovió una política de inversiones que diversificara la estructura productiva del país. Todo se apostó al precio de la soja, a la renta petrolera y minera y, un poco, al sector metal mecánico como actividad complementaria. El gobierno kirchnerista continuó la política de los gobiernos precedentes de mantener tropas argentinas en las fuerzas de la ONU en Haití. Tropas que distintos organismos de derechos humanos han denunciado por ayudar a reprimir movimientos de protesta y cometer otras arbitrariedades. El anti-imperialismo rabioso de los gobiernos kirchneristas solo puede ser sostenido por gente con tendencia a “comprar peleas para los giles” (¡Como diría mi tía Helena que no había leído ni el Patoruzito pero que la chamullaba lunga!). Lo que el señor Obama, en el mejor de los casos, puede llegar a reprochar a la ex presidente es no haber sido todo lo pro-norteamericana que le hubiera gustado a los señores de Washington. Coherente con lo anterior, Mr. Obama elogió al actual presidente Macri que, sin duda, refleja de manera más acabada el modelo del perfecto “mayordomo de los intereses imperiales” (¡Y que los mediocres de siempre me acusen de utilizar un lenguaje arcaico si quieren!). El mensaje es clarísimo. Los argentinos se “portaron bien” eligiendo un gobierno “más sensato y maduro”. ¡Sigan portándose así! ¡Aguanten el ajuste, los recortes y toda la malaria que a la larga la bonanza capitalista se derramara sobre ustedes! ¡Todos, en el mejor estilo de una comedia de enredos yanqui con Happy End! De mientras, el presidente norteamericano anuncio que va a ordenar la liberación de los archivos que existen en su país y que contienen información sobre la represión durante la dictadura.  No debiera dejar de aprovecharse esa información. Pero cuanto mejor hubiera sido que lo hubieran librado hace décadas para haber tenido más elementos para juzgar a los genocidas. La pretensión de Obama de visitar la ESMA, nunca se resaltará bastante, es un re-edición de la vieja y repetida historia del homenaje hipócrita de los victimarios a sus víctimas.

      De mientras, la Argentina de los gerentes de empresa en el poder; de adalides de la “mano dura”; de francotiradores “republicanos impolutos”; de “progresistas” que piden “sensatez”; de monigotes mediáticos que llaman a volver a la “normalidad”; de letrados sesudos que piden libertad a los genocidas; de la eterna clase media de mierda que aplaude los despidos de “ñoquis” y el “fin de los planes”; de los intelectuales “posmo” que cambiaron a Hegel por Osho; y de las divas mediáticas onda “billetera mata galán”; se preparan para darle la bienvenida a Mr. Obama con alfombra roja, Casi como si fuera un remedo de aquella mítica película española de Javier Berlanga (un genial e ingenioso firulete contra la censura franquista!) titulada  ¡Bienvenido Mr. Marshall!    

    Pero existe otra Argentina. La que sobrevivió a todo. La que todavía se defiende y debe ser capaz de ir por más. El día 24 de marzo llenemos las calles para reafirmar nuestro compromiso con la memoria, la verdad y la justicia, y por el juicio y castigo a todos los culpables. Nuestro homenaje a todos aquellos que lucharon, y hasta dieron su vida por la construcción de una sociedad igualitaria, sin explotación ni opresión de ningún tipo. También nuestro repudio a los elementos locales que detrás de la consigna de “mirar para adelante” quieren consagrar la impunidad y el olvido amén de la miseria y la precarización de los derechos de las masas. Repudiemos con el mismo énfasis la imposición imperial representada por el representante mayor del imperialismo que hoy muestra el guante de seda pero que cuando sea necesario no va a vacilar en volver a desnudar el puño de hierro.

¡NO OLVIDANOS, ¡NO PERDONAMOS, NO NOS RECONCILIAMOS…NI CON LOS VERDUGOS DE ADENTRO NI CON LOS DE AFUERA!